lunes, 7 de marzo de 2011

Un hombre que duerme, de Georges Perec

Cuando una novela está escrita en segunda persona, sabes que el protagonista no muere al final. Naturalmente, esa falta de intriga sobre el desenlace repercute en el tedio que nos produce la lectura. A veces, ese tedio es absolutamente irredimible (pienso ahora en la indescriptiblemente pretenciosa La Montaña del Alma, de Gao Xinjian, o en La Sra. Caldwell habla con su hijo, de Cela, infumable desde que la empiezas hasta que la abandonas -no se conoce el caso de que alguien la haya podido acabar). En otras ocasiones, el tedio se erige en uno de los protagonistas de la historia, como sucede con El hombre que duerme, mi primer Perec, autor que, a juzgar por esta novela, sabe como pocos transformar el tedio en fascinación. Tanto es así que fue terminarla y volverla a leer.

Novela cumbre de la "literatura Bartleby", se nos dice en la contraportada. Bueno, pues ya tenemos un nuevo género literario. Para mí, sin embargo, la novela pertenece a otro género, casi tan viejo como la literatura misma, y uno de mis favoritos. Se trata, cómo no, de la "novela de puntas dobladas", aunque también está influida por la "novela de párrafos marcados con lápiz". Porque al cansino cliché sobre la maestría y el genio que el lector encontrará en cada página, en cada párrafo, en cada línea y en cada palabra, Un hombre que duerme está bastante cerca de hacerle justicia. 


Un estudiante de sociología decide un buen día no levantarse de la cama, no ir a hacer el examen, y no contestar a las llamadas de sus amigos. ¿Qué lo mueve a tomar esa decisión de apartarse de la vida, de, por así decirlo, dejar de hacer y quedarse en el ser, o más exactamente, en el mirar? No sabemos exactamente de dónde le viene la revelación, si es que ha tenido alguna, o cuál ha sido la gota que ha colmado el vaso, aunque nos da la impresión de que "ha visto la luz."
Con un dominio de la ironía y la paradoja pasmoso, el autor nos muestra esta visión desde las primeras líneas:

Apenas cierras los ojos, la aventura del sueño comienza. A la penumbra conocida de la buhardilla, volumen oscuro cortado por detalles...

Así entramos en una descripción de la oscuridad, donde, con un detallismo agotador, nos sumimos en una negritud casi absoluta, repleta de formas intuidas, líneas verticales y horizontales, volúmenes y superficies.

...como si, más precisamente aún, la contracción que ejerces sobre el trazo de tus cejas cuando cierras los ojos tuviera el efecto de modificar la inclinación del plano en relación con tu cuerpo...

Nos introducimos en un mundo inundado de banalidad y materialidad, un mundo en el que nuestro cuerpo es una pieza más. Así, nos hemos despertado convertidos en nosotros mismos, y esta revelación de nuestra banal monstruosidad o monstruosa banalidad nos la trae inevitablemente el eco de Kafka.

Lo que te perturba, lo que te conmueve, lo que te da miedo, pero que a veces te entusiasma, no es lo repentino de tu metamorfosis, es, al contrario, justamente el sentimiento vago y pesado de que no se trata de una metamorfosis, de que nada ha cambiado, de que siempre has sido así, incluso aunque no lo supieras hasta hoy...

Pasado un tiempo, el protagonista visita a sus padres en el campo, visita que ni reconforta ni deja de reconfortar al protagonista. Apenas habla con ellos y los ve sólo en las comidas. Tan sólo la naturaleza le ofrece... ¿el qué?

He ahí la naturaleza que te invita y te ama (...) El paisaje te inspira poco, la paz campestre no te onmueve (...) Sólo te fascina de vez en cuando un insecto, una piedra, una hoja caída, un árbol: a veces permaneces horas mirando un árbol, describiéndolo, analizándolo (...) Te parece que podrías pasarte la vida ante un árbol, sin agotarlo, sin comprenderlo, porque no hay nada que comprender, sólo que mirar...

El ojo es otro de los protagonistas de la novela, algo que hay que relacionar con el punto de vista elegido por Perec. El punto de vista lo es todo. Su elección no puede ser gratuita. No se puede elegir la segunda persona para pretender dar más enjundia a la historia, ni con fines experimentales, porque lo único que conseguirás será quedar como un pomposo pedante y aburrir a todo el personal. Pero en esta novela, donde los papeles de observador y observado, lector y leído, ojo y mundo se intercambian de principio a fin, la segunda persona se antoja inevitable. En otras, no llega ni a fuego de artificio.

No eres más que un ojo. Un ojo inmenso y fijo que lo ve todo, tanto tu cuerpo arrellanado como a ti mismo, observador observado, como si se hubiese girado completamente en su órbita y te contemplase sin decir nada, a ti, al interior de ti...

Y así sigue lo que tiene de historia esta historia. Hasta que, hacia el final,

En un día como éste, algo más tarde o más temprano, todo vuelve a empezar, todo continúa.

Como ya he dicho, en cuanto terminé el libro volví a leerlo desde el principio. Y ahora que escribo esta reseña y vuelvo sobre los párrafos marcados, sobre las páginas con las puntas dobladas, y sobre lo que no marqué, me maravilla más y más esta novela. Perec es capaz de reflejar con absoluta maestría la paradoja sobre la imposibilidad de llegar a otro ser humano, a pesar de que (o precisamente por ello) hemos salido de nosotros mismos para observarnos. Perec nos habla de la vacuidad del ser humano en la gran urbe, la banalidad de todo lo que nos rodea y la banalidad de cualquier intento de rebelión, la banalidad de cualquier reflexión, de cualquier sentimiento sobre la banalidad. 

La indiferencia es inútil. Puedes querer o no querer, ¡qué más da! Jugar o no jugar una partida de pinball, alguien, de todas formas, introducirá una moneda de veinte céntimos en la ranura de la máquina. Creerás que comiendo cada día lo mismo realizas un gesto decisivo. Pero tu rechazo es inútil. Tu neutralidad no quiere decir nada. Tu inercia es tan vana como tu cólera.

Y me dejo tantas ideas en el tintero...

Apenas sabía nada de Perec. Sabía de El secuestro, pero no podía sentirme menos interesado por esa novela escrita en francés sin la letra e y traducida al español sin la a. No estoy seguro de que semejante desafío ni otros jueguecitos me puedan llegar a interesar. Tengo, sin embargo, en algún rincón de mi casa La vida: instrucciones de uso, considerada por muchos su obra cumbre y a la cual, sin lugar a dudas, voy a dar una oportunidad. Y ahora, a buscar por las bibliotecas otras obras de Perec que, como la que nos ocupa, está recuperando la editorial Impedimenta.

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