viernes, 30 de junio de 2017

Un camino permanente




A los que no somos grandes lectores de poesía nos gusta, no obstante, tener libros de poemas desperdigados aquí y allá por las estanterías, pues hacen tanta compañía, si no más, que la mejor de las novelas. Nos cuesta leer un poemario de una sentada, y preferimos, o eso decimos, abrir un libro al azar y encontrarnos con unos versos que, sin contexto previo y sin carrerilla, sentimos que fueron escritos pensando en nosotros. Y no en cualquier nosotros, sino en el de ese momento preciso.

Así, ayer mismo, mientras me sentaba en el balcón a fumarme el segundo de mis tres cigarrillos diarios, abrí una antología de W. H. Auden y me encontré con este poema, que me parece guarda cierta relación con el libro que acabo de leer y del que hablaré en los próximos días (en breves fechas, que diría un periodista). Se me antoja una nueva versión, irónica y hasta mordaz, pero, en el fondo, tristísima, del clásico de Robert Frost "El camino que no tomé".

Pido disculpas por mi claudicante traducción.

A Permanent Way
Self-drivers may curse their luck,
Stuck on new-fangled trails,
But the good old train will jog
To the dogma of its rails,
And steam so straight ahead
That I cannot be led astray
By tempting scenes which occur
Along any permanent way.
Intriguing dales escape
Into hills of the shape I like,
Though, were I actually put
Where a foot-path leaves the pike
For some steep romantic spot,
I should ask what chance there is
Of at least a ten-dollar cheque
Or a family peck of a kiss:
But, forcibly held to my tracks,
I can safely relax and dream
Of a love and a livelihood
To fit that wood or stream;
And what could be greater fun,
Once one has chosen and paid,
Than the inexpensive delight
Of a choice one might have made?

Un camino permanente

Quizá maldigan su suerte los conductores
al quedar atrapados en novísimas rutas,
pero el viejo tren de siempre 
traquetea por el dogma de sus raíles,

y, echando humo, sigue adelante
de modo que no me puedo desviar
por las tentadoras escenas que ocurren
a lo largo de un camino permanente.

Intrigantes valles se escabullen
por entre colinas cuyas formas me gustan.
No obstante, si me encontrara
allí donde la senda deja la colina

y sube hasta un romántico rincón,
preguntaría qué posibilidad hay
de conseguir un cheque por diez dólares
o un besito en la mejilla:

pero atado a mis raíles
puedo relajarme a salvo y soñar
con un amor y una vida
que encajen en ese bosque o riachuelo;

¿y qué mayor diversión,
una vez hemos elegido y pagado,
que ese placer tan económico
de la decisión que podríamos haber tomado?

Y me gustó.

viernes, 16 de junio de 2017

Feminismo y literatura líquida


Siempre he encontrado muy cargante esa frase tan manida, y que tanto gusta a algunos escritores, acerca de las novelas que cobran vida propia. Admito, no obstante, que quizá sea injusto y que existe la posiblidad de que la frase sea cierta. Bien. En ese caso, los que me cargan son esos propios escritores que, con su presuntuosidad disfrazada de modestia, pretenden darnos a entender que han creado una especie de artefacto mágico, una criatura de tan gran inteligencia que ha superado a su mismísimo creador.

Si la frase es cierta, podemos comparar las novelas con pajaritos que abandonan el nido y emprenden el vuelo, pues ya no les basta con los gusanitos ni los ratones regurgitados que les trae su autor. Se van y no los volvemos a ver... hasta que un día regresan y se posan en la rama de un árbol junto a nuestra ventana. Es en ese momento cuando el autor, con lágrimas en los ojos, exclamará, ¡hija mía, te has convertido en un soberbio pelícano ceñudo!, mientras que sus hijos, entre carcajadas, dirán ¡pero, papá, si es una chova piquigualda!

  Una grulla, una cigüeña, un gorrión, un cuervo... El contexto lo es todo

Tal y como se insiste a lo largo de El cuento de la criada, el contexto lo es todo. Así, es posible que la distopía casi de ciencia ficción que leyó mi esposa en Inglaterra en sus años de instituto para la clase de literatura (escuela pública, por supuesto. Qué envidia, ¿no?) tenga muy poco que ver con el retrato de nuestro mundo que acabo de leer yo.

Desde el momento de su publicación, allá por 1985, muchos, o, mejor dicho, muchas, se han empeñado en considerar esta obra un ejemplo de literatura feminista. A servidor, que en el momento de escribir estas líneas anda influido por las contundentes Opiniones contundentes de Nabokov, le interesan estos días bien poco las escuelas y movimientos literarios, así como las novelas que tienen una función social. De ello se deduce que si la novela me ha gustado es porque no se trata (o, por lo menos, no esencialmente) de un alegato feminista. Lógica cartesiana.


De hecho, la propia Atwood negó en su día que la República de Gilead, escenario de la historia, fuera una distopía puramente feminista. Aunque "si se refiere usted", le aclara al entrevistador que le formula la eterna pregunta, "a una novela en la que las mujeres son seres humanos -con toda la variedad de personalidad y comportamiento que ello implica-, son interesantes e importantes, y lo que les sucede es crucial para el tema, la estructura y el argumento, entonces sí. En ese sentido, muchos libros son 'feministas'." Cartesiana lógica.

Aduce la autora que, de ser ese tratado ideológico que algunos creen ver, la novela, en primer lugar, nos mostraría un mundo en el que todos los hombres, en cualquier nivel de la escala social, tienen más derechos que las mujeres. Por el contrario, estamos ante una sociedad organizada como cualquier dictadura pura y simple: una pirámide en cuya cima se sientan los poderosos de ambos sexos, y unos estratos inferiores donde se repite la misma situación, si bien en cada estrato la cuota de poder de él será mayor que la de ella. Cabe añadir que, en una novela puramente feminista, probablemente no encontraríamos tantas cabroncitas entre los personajes. Cabroncitas, todo hay que decirlo, sacadas de la realidad, como veremos más abajo.



Por lo visto, otra de las preguntas recurrentes que la sufrida Atwood tiene que responder cada vez que se habla de El cuento... se refiere al presunto carácter antirreligioso de la obra. Francamente, me parece una suposición bastante tonta y no creo que valga la pena hablar de ello. Más interesante es la tercera y última de esas imaginativas preguntas que periodistas y lectores creen imprescindible formular para asegurarse de que leen la obra de manera correcta, es decir, la "entienden", y levantan la vista del papel en el momento preciso y con la mirada en su punto justo de cavilación. A saber, ¿se trata de una predicción?

Qué memez, les quiere responder la autora, más capaz de morderse la lengua que yo. Nadie puede predecir el futuro. Y sin embargo, la pregunta es interesante, tanto más cuanto que... Pero vayamos por partes.



Atwood comenzó a escribir la novela en el orwelliano año de 1984, mientras se encontraba en Berlín, ciudad a la sazón amurallada, en una estancia salpicada por frecuentes viajes a los países del bloque del este. Confiesa que ciertos aspectos de aquel mundo de recelo, espías, elocuentes silencios, bruscos cambios de tema, contorsionismo lingüístico para decir cosas sin decirlas y, por otra parte, edificios a los que se da un nuevo uso ("esto era una biblioteca", "aquí antes vivía fulanito, pero un día se fue y no volvió"), influyeron en la novela que estaba escribiendo. También influyó, sin duda, la política norteamericana de aquellos años, los del apogeo de la Nueva Derecha y la Mayoría Moral, fundada ésta en 1979 y cuyo mayor esplendor coincidió con el mandato de Reagan. No hay ganas hoy de hablar de ese movimiento, pero sí vale la pena mencionar a un personaje como Phyllis Schlafly, activista antifeminista que, entre otras lindezas, hizo campaña contra la Enmienda de Igualdad de Derechos (que finalmente nunca fue ratificada), que presumía de cancelar sus discursos si su marido consideraba que había pasado demasiado tiempo fuera de casa, y que negaba la posibilidad de violación dentro del matrimonio. Cuando se casa, decía, la mujer da su consentimiento a las relaciones sexuales. Es decir, que a nadie se le ocurra decir que los personajes femeninos tan cabroncetes de los que hablábamos más arriba son inverosímiles o exagerados.

Dentro del matrimonio, no se puede hablar de violación

El contexto, ya lo hemos dicho, lo es todo, y el contexto en el que se gestó esta novela era el de un mundo de reaganismo ultraconservador por un lado, y de dictaduras comunistas por el otro. Y parece ser que , treinta años después de su publicación, El cuento de la criada es el libro de moda estos días, a raíz, evidentemente, de la serie de televisión que se ha estrenado recientemente. Yo aún no la he visto, pero confieso que me decidí a leer de una vez este libro para así poder ver la serie con la mente pura que nos gusta tener a los esnobs. Ya sabéis: ¿leer el libro después de la serie? ¡Qué ordinariez!


En cualquier caso, aunque no son pocos los que se han apresurado a ver en la llegada de Trump al poder una confirmación de los poderes adivinatorios de la autora, lo cierto es que, en lugar de predicciones, Atwood insiste en que no introdujo en su novela absolutamente nada que el ser humano no hubiera hecho ya. En efecto, las ejecuciones ejemplarizantes, los linchamientos, la imposición de un modo de vestir determinado para cada casta y clase social, la prohibición de la alfabetización, la ilegalización de los métodos anticonceptivos y el aborto por cuestiones demográficas, el destierro de condenados y parias a regiones remotas casi inhabitables, la lectura sesgada y radical de los textos sagrados, o el robo de bebés para beneficio de oficiales de alto rango son, entre otras, algunas de las características del mundo descrito por Offred (en español, Defred), la criada y narradora de este cuento. Como veis, nada nuevo bajo el sol. No obstante, entre Trump, Orwell y el feminismo, me faltaba algo en las reseñas y artículos que he encontrado por la red, así que me puse a buscar otra vez, esta vez gugleando las palabras pertinentes, es decir, haciendo una búsqueda menos espontánea y más "forzada".


El precio depende... Si tiene ojos azules, será diferente

Me consuela saber que no soy el único que al leer El cuento de la criada ha pensado en el nuevo radicalismo asesino que impera hoy en algunas desgraciadas zonas del mundo. La República de Gilead existe, y es un infierno aún peor que el que nos presenta Atwood en esta gran novela...

... de la cual, por cierto, no he dicho nada.

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