martes, 30 de diciembre de 2014

Restos de temporada 2014 (y 2)


Y al volver la vista atrás se ve la senda que alguna vez habrá que volver a pisar... o no. Porque, quién sabe, quizá el hecho de que algunas lecturas no dejen más recuerdo que una muesca en la culata no es una cruel injusticia, sino la ley de la literatura.


Constantinopla, de Isaac Asimov

Es inevitable utilizar el término "genio" al hablar de Asimov. Y si alguien lo pone en duda, no tiene más que echar un wikipédico vistazo a su obra y repasar sus logros literarios, académicos y cocienteintelectuales. De Asimov he leído varios libros de la impagable serie Historia universal, y este Constantinopla es otra maravilla. El problema es que me abrió el apetito por las grandes obras de la literatura bizantina, como La Alexiada, de Ana Comneno, y sobre todo Historia secreta, de Procopio, ambas prácticamente imposibles de encontrar por estos lares.


Nankin, de Nicolás Meylaender y Zong Kai

Uno de los genocidios más atroces (si es que en esto puede haber grados) es el cometido por el ejército japonés en la ciudad de Nanking en diciembre de 1937. Como parece ser que en el siglo XX sólo cabe un genocidio incontestable, todos los demás son constantemente matizados, relativizados, o abiertamente negados por los gobiernos de los países que los cometieron. Ahí está el genocidio de los armenios que perpetró Turquía a principios del pasado siglo, o esta indescriptible carnicería, en la que, entre otras barbaridades, dos generales japoneses compitieron por ver quién decapitaba antes a cien prisioneros, macabro duelo seguido de manera infame por la prensa nipona. Por ello, por mucho que el gobierno japonés aduzca que las cifras de la masacre están muy exageradas, uno puede imaginar hasta dónde podía llegar un ejército que se entretenía en semejantes competiciones. Baste decir que la población de Nanking sólo podía envidiar la suerte de aquéllos que morían por decapitación, y que la esvástica nazi se convirtió en un símbolo de libertad.
Esta sencilla novela gráfica nos cuenta la historia de una de las miles de víctimas, que, con la ayuda de un abogado, lucha por que se reconozca su sufrimiento.



Diálogos, de Luciano de Samósata

Uno se siente culpable cuando recuerda tan poco de una lectura tan amena como ésta. Menos mal que siempre hay tiempo para la relectura, y para inmortalizar ésta en una entrada memorable.


Calle Katilin, de Magda Szabo

Me quedé con la sensación de haber leído un muy buen libro. Sin embargo, en este caso también, su recuerdo, de manera probablemente injusta, se ha diluido entre otras lecturas del año.


Tela de sevoya, de Miriam Moscona

Uno de los libros más hermosos y sorprendentes de este año. Moscona, escritora mexicana de origen búlgaro sefardí, nos habla en este libro, que mezcla biografía, historia y ficción, del ladino, esa variante casi arcana del español, que se resiste a desaparecer. No os lo perdáis.


Los herederos, de Isaac Bashevis Singer

Segunda parte de La casa de Jampol, esa gran novela que reseñé aquí. La leí un par de meses después de haber terminado aquélla, y la verdad es que me costó retomar el hilo de tantas historias y personajes. No obstante, la maestría de Singer consigue engancharnos a este auténtico culebrón. Será una obra menor, pero entretiene.


Abdías, de Adalbert Stifter

Llegué a esta novela animado por Magris, que en El Danubio, hacía frecuentes referencias a su autor. Dado que me interesa tanto todo lo relacionado con la cultura y la historia de Europa central, en las ocasiones, como en este caso, en que el autor sitúa su historia en otro contexto no puedo dejar de sentirme un tanto engañado. Así y todo, y si la memoria no me falla, Abdías me dio la impresión de ser uno de esos libros algo engañosos, en el buen sentido de la palabra. Uno cree haber entendido la historia, pero no deja de preguntarse si eso es todo, sabiendo de antemano la respuesta: no.


El pobre músic, de Franz Grillparzer

A éste también llegué de la mano de Magris. No sé si será mejor o no que el de Stifter, pero sí respondió más a mis expectativas.Y de nuevo, recuerdo de él tan poco... Debo de sufrir, si no de voracidad, sí de gula lectora. Como y como (leo y leo) y no disfruto (no releo). Quizá sea éste uno de mis propósitos para el nuevo año: menos y mejor.


La vida secreta de Walter Mitty, de James Thurber

No es normal encontrarse un libro de Acantilado casi nuevecito en el Punt Verd del barrio, allí donde la gente lleva zapatos viejos, aceite usado y transistores para reciclar. Pocos meses antes se había estrenado la película del mismo título, con Ben Stiller, y uno se pregunta si fue la decepción ("la peli está bien, pero el libro no se parece en nada"), el afán de compartir el placer con el próximo, o simplemente la casualidad lo que hizo que este libro acabara en la antesala de la basura.
El relato que da título a la colección es, desde que se publicó, todo un clásico, aunque se podría discutir si es el mejor. De lo que sí estoy seguro es de que los guionistas tuvieron que emplear a fondo su imaginación para poder estirar un puñadito de páginas hasta convertirlo en una película de casi dos horas.
Thurber, en cualquier caso, se revela como un auténtico maestro en el retrato del hombrecillo insignificante, poquitacosa y cobardón, que se debate entre el esforzado convencimiento de que su vida encadenado a un barrio residencial y a su trabajo de oficina es el sueño al que siempre había aspirado, y la trágica convicción de que tiene que haber algo más.


Vanity Fair, de William S. Thackeray

El libro del verano, que apenas me dejó tiempo para nada más.
El título de este clásico del XIX, aparte del dudoso honor de dar nombre a una conocida revista, ha servido para definir perfectamente el concepto de la sociedad que tanto disgustaba a Thackeray, y que tanto asquito nos da a algunos en este siglo ya no tan nuevo. En un mundo donde pronto reconoceréis a un imbécil por el palito para el selfie, donde la apariencia es todo y la esencia, nada, y donde el meme de facebook tiene más poder que la lógica y el conocimiento, uno se pregunta cómo hubiera retratado el autor inglés a la sociedad en la que vivimos.
Sería exagerado decir que las 900 páginas de La feria de las vanidades se nos hacen cortas, pero sí es cierto que en nigún momento dejan de ser amenas. Y es que Thackeray consigue hacer de Becky Sharp una de esas malas malísimas que tanto nos gusta odiar. Becky es la niña de una familia empobrecida que tiene que abrirse paso en la vida a base de ingenio, picaresca y malas artes. Por su parte, Amelia, su amiga del alma, buena como el pan y cándida como un niño, es decir, sosa como la sopa de hospital, ve cómo la fortuna se vuelve en su contra. Naturalmente, la cosa se enreda bastante más, y, por ejemplo, aparte de mansiones, bodas, casinos y buques a la India, la novela nos lleva a Bruselas en vísperas de la batalla de Waterloo, en unas páginas interesantísimas sobre el modo en que se hacía la guerra en aquellos tiempos.
Con una obra escrita en el XIX y de estas dimensiones, las comparaciones o referencias a Dickens son inevitables. Vanity Fair tiene el subtítulo de "Una novela sin héroe", pues parece ser que la intención de Thackeray era hacer hincapié en los defectos no tanto de la sociedad como ente abstracto, como de las personas que la forman. Ahí radica una de las diferencias fundamentales con Dickens: en Thackeray ni los buenos son buenísimos, ni los malos están más allá de toda redención. Ojalá esto último fuera así también en nuestro mundo.


The fall and rise of Reginald Perrin, de David Nobbs

Como tantos otros de mi generación, recuerdo Auge y caída de Reginald Perrin, la serie televisiva basada en este libro, como fuente de constantes y estruendosas carcajadas. Un nuevo vistazo a la serie, sin embargo, así como la lectura del libro, me demuestran, una vez más, el modo en que el paso del tiempo endulza los recuerdos. Y no porque el libro no sea divertido, ojo, sino porque se trata de un humor agridulce, cuando no completamente amargo. Incluso me atrevería a ir más lejos: Auge y caída... no es una comedia agridulce, sino una tragedia. Una tragedia divertida. La tragedia del hombre moderno encadenado a un trabajo absurdo en el que la persona no puede desarrollar más que su mediocridad. ¿Os suena? Supongo que he dicho algo parecido al hablar de La vida secreta de Walter Mitty.


Black dogs, de Ian McEwan

Cuando vayas a Inglaterra, lee libros ingleses. Así, tras Thackeray y Nobbs, le tocó el turno a Ian McEwan, uno de esos autores que nunca nos defrauda. Este Perros negros es, como dice el cliché, McEwan en estado puro. Original, un tanto extraño, turbador y ese adjetivo inglés, haunting, que según el diccionario, significa inolvidable, evocador, persistente, obsesionante, agobiante, acechador. Pues no es nada de eso. Es haunting.


Génesis, de Robert Crumb
 
Al llevar a la novela gráfica el libro del Génesis, Crumb se guió por un principio elemental e irrenunciable: ser estrictamente fiel al texto escrito. Dicho así, no parece una gran hazaña, así que lo diré de otra forma: Crumb ha reproducido fielmente, en todas y cada una de sus palabras, el primer libro de la Biblia.
Cualquiera que haya leído siquiera las primeras páginas de, para muchos, EL Libro -que, como nos recuerda Crumb, no es la palabra de Dios, sino de los hombres- se habrá dado cuenta de las flagrantes contradicciones en aspectos tan cruciales como la creación del hombre, o de detalles tan curiosos como la diabólica serpiente, que no se convirtió en serpiente hasta que Dios la condenó. Crumb, de quien hace mucho tiempo hablé ya aquí, refleja dichas contradicciones, se recrea en sus habituales mujeres pechugonas y de firmes nalgas, y no elude siquiera las interminables genealogías. Respecto a esto último, tiene además el generoso detalle de darles a todos ellos un rostro. ¿No es eso una hazaña?
Naturalmente, si habéis leído la Biblia, convendréis conmigo en que, por fascinante que sea, el ritmo narrativo decae en ocasiones. También sucede eso en esta versión, pero para eso está el genio del autor, para deleitarnos con sus ilustraciones.


Rubicón, de Tom Holland

Por fortuna, se ha convertido en lugar común la idea de que los libros de historia, y de historia clásica en especial, no tienen por qué ser aburridos. Es más, hoy nadie le perdona a un libro de divulgación que no sea ameno. Y eso es lo que no le perdono yo a Rubicón: el tedio que me produjo (a la larga, eso sí; la primera mitad del libro es muy interesante). Y no por un excesivo academicismo, ni por el exceso de datos, ni por emplear un estilo demasiado serio y rimbombante. Todo lo contrario: el problema con este libro es que a Tom Holland se le notan demasiado las ganas por contar la historia de una manera amena sin emplear un estilo serio y rimbombante. Qué quisquilloso, diréis. La verdad es que no sabría decir qué fue exactamente lo que me irritó del libro. Quiero creer que fue el excesivo hincapié en el cotilleo, aunque de hecho, ahora mismo, al revisar las notas que fui tomando durante la lectura, no veo más que ideas interesantes.


La Gran Guerra, de Joe Sacco

Sacco es, desde hace ya unos años, uno de los maestros consagrados del reportaje gráfico, o, para ser menos ambiguos, del reportaje en forma de novela gráfica.
En La Gran Guerra Sacco decide dar una vuelta de tuerca a su obra y nos ofrece el relato del primer día de la batalla del Somme en un libro sin palabras formado por un dibujo despelegable. Es decir, que se puede 'leer' en un minuto, o demorarse uno durante horas. Vuelta de tuerca o rizo del rizo, el caso es que Sacco crea escuela, abre caminos, hace arte.


Apocryphal stories, de Karel Capek

Un libro genial a ratos, excelente en sus momentos más flojos, de un autor que yo creía más que olvidado, pero de quien compruebo que se han ido reeditando sus obras, incluida ésta. Prometo reseña.


La mujer silenciosa, de Monika Zgustova

Zgustova es una de esas personas que me inspiran gran admiración. Políglota, gran traductora, y experta en la literatura de Europa central y oriental, destaca también por su producción literaria, y es por lo visto una experta en Bohumil Hrabal. Tenía, por tanto, muchas ganas de leer una novela suya, pero lamento decir que no me enganchó lo suficiente como para terminarla. Bien escrita, sin duda, pero con una sensación constante de esto ya me lo han contado antes.


El retorno del profesor de baile, de Henning Mankell

Sólo ha habido un Mankell este año, pero ha sido uno de los mejores. Todo lo que se le puede pedir a un thriller.


Los surcos del azar, de Paco Roca

Como casi todos nosotros, el maestro valenciano jamás había oído la historia de La Nueve, división del ejército francés formada por soldados españoles. Y de las historias anónimas como la de Miguel Ruiz, militante de dicha división, es de donde, cuando uno menos se lo espera, surge la obra maestra.


En Siberia, de Colin Thubron

Qué lástima. Mira que pinta bien el libro, mira que tenía ganas de leerlo, mira que estaba en el momento propicio (ya sabéis que todos los libros tienen un momento propicio para leerlos)... y me toca una de las peores traducciones que he padecido en mucho tiempo.
Altaïr es una gran librería de viajes, pero como editorial (en colaboración con Península), debería gastarse un poco más de dinero en la traducción, y no encargársela a ese chico del almacén que ha viajado mucho y que domina el inglés mogollón.
Me diréis que soy demasiado severo, y es cierto que he soportado libros en traducciones quizá peores, pero mira, esta vez no me apetecía. Algunas de las perlas de esta traducción: en un momento se nos dice que el sótano donde Nicolás II fue asesinado junto con la zarina y sus cinco hijos tenía una superficie de 1,20 metros. Hombre, sería pequeño, pero la familia imperial, médico, criadas y un pelotón de fusilamiento, ¿todos dentro de un trastero donde apenas cabrían dos bicicletas para niños? Parece que el traductor tiene un problema con las medidas, ya que luego, al hablar del Transiberiano, pone en labios de Thubron que "con casi novecientos kilómetros desde los Urales a Vladivostok, recorría la que era con mucha diferencia la línea férrea más larga del mundo" No sé, pero el Barcelona-La Coruña debe de andar por ahí. Sin embargo, los horrores de esta traducción van más allá. Qué me decís de esta descripción de la más pequeña de las hijas de Nicolás: "el marimacho rechoncho de Anastasia". Y no hemos llegado a la página 30. Ahí lo dejé. 


Exposición de primavera, de György Spiró

Una gran novela sobre la represión estalinista en Hungría durante la revolución del 56, si no recuerdo mal. Habré olvidado los detalles, pero lo que cuenta, el relato de un hombre que se ve condenado por una insignificante nota de prensa, es pavoroso, y, pese a unas pocas páginas algo farragosas llenas de nombres que bien poco dicen al lector español, Spiró nos lo cuenta con gran talento.


Coraline, de Neil Gaiman

Sé que puede parecer absurdo, sobre todo por mi nivel de inglés, modestia aparte, pero este libro lo leí en ruso. ¿Motivo? Empezaba mi nueva etapa de lanzarme a leer libros en ruso no adaptados a estudiantes, y mi experiencia me dice que los libros para niños son ideales en ese sentido.
Coraline es, sencillamente, una excelente historia sobre padres e hijos, sobre la búsqueda de la identidad, sobre el amor, sobre el miedo... y qué miedo. Creo que si hubiera leído este libro en mi tierna infancia, hubiera disfrutado de unas pesadillas de agárrate y no te menees.



Nine suitcases, de Béla Zsolt

Esta iba a ir en la misma entrada que la de Spiró, para hablar del sufrimiento de los húngaros bajo los nazis y luego bajo los comunistas. Y quizá todavía me anime, porque si Exposición de primavera es buena, ésta es magistral. Durísima, evidentemente, como tienen que serlo las memorias de un judío húngaro condenado a trabajos forzados en Ucrania y luego esperando la deportación a los campos de exterminio. Carente de victimismo, pero escrito con una resignada desolación y humor amargo, Nueve maletas, que en España publicó la editorial Taurus, está hoy descatalogado. Suerte de las charities inglesas.


El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi

Hace poco hablé de dos obras geniales de Taniguchi, el autor que, por lo menos en lo que a mí respecta, ha hecho de la palabra manga un señuelo difícil de resistir. Otra prueba de ello la tenemos en esta novela, donde, una vez más, el protagonista emprende, mediante el recuerdo, un viaje al pasado en busca de su padre. Emotivo, sencillamente profundo, y magistral.


Diario ruso, de Anna Politkóvskaya

Y yo que sueño con volver algún día a Rusia... Pues si alguien más tiene ese sueño, que no lea este libro. Apasionante de principio a fin, este diario transcurre durante los terribles años de la Segunda  Guerra Chechena, con bombas en Moscú, el trágico secuestro del teatro Dubrovka y la espantosa matanza en una escuela de Beslán. El cuadro de la siempre apaleada democracia rusa que nos pinta la malograda periodista es escalofriante, como lo es el retrato de Ramzán Kadírov, señor de la guerra checheno y títere de Moscú, con quien la autora se entrevistó en un escenario digno de Sacha Baron Cohen. Pero de este diario emerge sobre todo la siniestra figura de Putin, a quien Politkóvskaya dibuja como un dictador en toda regla.
Cuánto se echa de menos a Politkóvskaya, periodista libre y valiente que sabía muy bien el precio que se puede llegar a pagar en Rusia por esas cualidades. ¿Cómo nos hubiera explicado ella el conflicto entre Rusia y Ucrania?

Y bien, me dejo algunas en el teclado, con la buena intención de reseñarlas como Dios manda algún día de éstos.

Feliz añ@ nuevo a todos, mucha salud y buenas lecturas.


viernes, 19 de diciembre de 2014

Герой нашего времени

Un héroe de nuestro tiempo

Me permito la pedantería de poner el título en ruso por la sencilla razón de que me he dado el gusto de leer este maravilloso clásico en el original.
Aunque hace ya más de un cuarto de siglo que estudié la lengua de Putin, hasta ahora mis intentos de leer un libro no adaptado para estudiantes no habían tenido mucho éxito, debido, posiblemente, a elecciones desacertadas y a mi falta de constancia. Llegué, por ejemplo, a 80 o 100 páginas de Oblomov, y me rendí, desanimado, ante las 400 que me quedaban. ¿Para qué ese esfuerzo con lo fácil que es leer la traducción? Ahora, sin embargo, animado por el curso de cultura rusa que estoy estudiando, me he decidido por este Un héroe de nuestro tiempo, una obra cortita y accesible, pero al mismo tiempo, capital en el romanticismo.

 
Lérmontov en el Parque de los Monumentos Caídos, en Moscú

Puede que sepa ruso, pero nunca fui tan buen estudiante como para acabar de comprender qué fue eso del romanticismo. Sí, ya sé que trataba de cosas como la sublimación de lo salvaje, la primacía del sentimiento frente a la razón o la exaltación del yo, pero comprender, lo que se dice comprender una corriente intelectual y artística tan compleja y extendida va más allá de mis capacidades. Del romanticismo hay quien dice que ha marcado nuestra era más de lo que pueda haberlo hecho cualquier avance científico o social. Como todas las afirmaciones grandilocuentes, uno puede aceptar ésta, tirarla a la basura o matizarla, pero en todo caso es innegable que, como movimiento cultural, la influencia del romanticismo, con sus altibajos, dura aún hasta hoy. Uno se pregunta, entonces, si alguna parte, por minúscula que sea, de dicha influencia ha sido positiva. Porque servidor se atrevería a afirmar que nuestra vida sería algo mejor sin el ultranacionalismo que nos asuela, y si miles de jóvenes de clase media de toda Europa no consideraran que dejar atrás su vida y familia para irse a rebanar pescuezos es un acto de heroísmo.
Pero no nos alejemos tanto de Pechorin.

 Pechorin y la princesa Meri

Ni de Byron. Y es que la gigantesca sombra de Lord Byron, con las constantes referencias a su obra y figura, cubre no sólo toda la novela, sino gran parte del romanticismo ruso, alemán y, obviamente, inglés. De él, por ejemplo, dijo Goethe que era "indudablemente, el mayor genio de nuestro siglo", lo cual nos conduce a la paradoja de que una de las mayores figuras de aquel movimiento, que, como hemos dicho, aún se deja sentir tanto en nuestra sociedad, no sea leído más que a trozos por unos pocos y voluntariosos estudiantes de filología. Byron creó una variante del héroe romántico, a saber, el héroe byroniano, que unía a los atributos de aquél la arrogancia, el cinismo y la tendencia autodestructiva, entre otros. Y de aquí podríamos pasar a hablar de una subcategoría del héroe byroniano exclusivamente rusa, llamada el héroe superfluo, pero ya habrá tiempo en otra ocasión para hablar de él (ya tengo Рудин, de Turguéniev, esperando en el kindle).

Así terminaban los románticos los debates sobre el determinismo. Si cuando digo que esta novela lo tiene todo...

Inteligente, misterioso, cínico al tiempo que profundamente sensible, descreído, solitario y con contadísimos, pero irrefrenables, arrebatos de pasión, Grigori Pechorin encarna como pocos al héroe byroniano, y el magnetismo que ejerce sobre el lector no queda muy atrás del que ejerce sobre las mujeres. La exaltación del yo en Pechorin se refleja sobre todo en su actitud hacia éstas, a las que considera poco más que un instrumento de uso y satisfacción personal. Este egoísmo, sin embargo, va de la mano de una indiferencia absoluta ante la vida, y de un hastío y una sensación de vacío infinitos, que lo conducirán a la depresión y, finalmente, a su muerte. Y eso no es un spoiler. ¿Acaso alguien conoce algún héroe romántico que no muera al final?

 Monumento a Mijaíl Yúrievich Lérmontov, en Stavropol

Este Pechorin atractivamente odioso y mortalmente deprimido se nos revela como tal ya al principio de la novela, que, cronológicamente, corresponde al final de la historia. Un héroe de nuestro tiempo se caracteriza, pues, entre otras cosas, por una estructura magistral, muy avanzada a su tiempo. Así, el lector se acerca por primera vez a este héroe de manera doblemente indirecta, a través de un narrador, oficial del ejército ruso y trasunto del propio Lérmontov, que, a su llegada al Cáucaso, conoce al capitán Maxim Maxímovich. Éste será quien le relatará las andanzas de Pechorin en aquella tierra de bandidos, asaltadores, estremecedoras cumbres nevadas, valles, barrancos y desfiladeros primorosamente (en lo que mi nivel de ruso me permite apreciar) descritos por Lérmontov. Nos encontramos así ante una estructura encebollada, donde vamos quitando las sucesivas pieles narradoras hasta llegar al centro. Porque debajo del narrador principal y de Maxim Maxímovich, llegamos, de la mano de su diario, al propio Pechorin.

Un héroe... nunca ha dejado de ser una mina para los ilustradores




Y aunque no lo parezca, ésta escena es de la misma novela que la anterior
No menos sutil que el retrato psicológico es la organización de los capítulos. Lo cierto, sin embargo, es que aquí uno se pregunta si lo que nos parece sutil y magistral, a saber, el modo en que una obra de 1840 empieza prácticamente por el final y termina por el principio, no se deberá en cierto modo al modo en que fue escrita y publicada. Lérmontov escribió Un héroe de nuestro tiempo a lo largo de tres años y la publicó por partes a medida que terminaba de redactar cada uno de los cinco capítulos. Estos capítulos son bastante cerrados, y cada uno de ellos podría leerse prácticamente de manera independiente. Cabe imaginar las dificultades a las que se enfrentaría un Lérmontov forzado por las circunstancias a proporcionar una armazón coherente a las diferentes partes de la obra. Afortunadamente, ahí aplicó bien su genio, y lo que podría haber sido un pastiche salió obra maestra.

 Otra de las muchas imágenes icónicas de la novela

Así, tras dar vueltas a la figura de Pechorin, que, a estas alturas, a narrador y lector se antoja poco menos que legendaria, tenemos a continuación el privilegio de oír su voz de primera mano. El diario de Pechorin que Maxímovich entrega al narrador nos traslada, lógicamente, a un tiempo antes, en el balneario de Piatigorsk. En el balneario, repleto, cómo no, de gente adinerada y ociosa, así como de oficiales del ejército, Pechorin se reencuentra con un conocido, Grushnitski, quien siente por él una amistad y admiración no correspondidas, y conoce a la princesa Meri, un alma virtuosa, inocente y apasionada, a quien más le valdría no haberse metido en esta novela. Asimismo, nuestro héroe coincide allí también con Vera, un antiguo amor, hoy respetablemente casada. Y a través de este diario conseguimos montar buena parte de este fascinante rompecabezas psicológico, al que, afortunadamente, le faltan muchas piezas.

 Nikolai Solomónovich Martynov, el hombre que acabó con la vida de Lérmontov

Duelos, hastío, bandidos, princesas secuestradas, apuestos oficiales, picos escarpados y rápidos torrentes componen una obra que exige una relectura y otra más, aun sabiendo que nos volveremos a quedar con la sensación de que algo se nos escapa. Afirma Lérmontov en el prólogo que no se ha propuesto hacer el retrato de un hombre, sino de los vicios de una generación. Tras un narrador poco fiable como Pechorin, no me queda muy claro tampoco hasta qué punto hay que dar crédito a esas palabras, máxime teniendo en cuenta, como ya he dicho, que la novela tiene mucho de la propia vida del autor. Y de su muerte. Lérmontov murió en un duelo en Piatigorsk a la edad de 26 años, algo, por cierto, insultante para los blogueros cuarentones con veleidades literarias.

Memorial en el sitio donde tuvo lugar el duelo

Como ya os he dicho, nunca he llegado a comprender de verdad el romanticismo. Por eso, sigo sin saber si la pérdida, en tan sólo cuatro años, de Lérmontov y Pushkin en sendos duelos fue algo bueno o malo para el romanticismo.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Restos de temporada 2014 (1)

Como el bien y el mal, el aquí y el allí, o lo elegante y lo hortera, en la lectura todo es relativo, sobre todo el mucho y el poco. A mis alumnos, por ejemplo, les parece que leo muchísimo, y piensan que deberían exhibirme en una feria de monstruos. Yo, sin embargo, acabo este año con la sensación de haber leído mucho menos que otros años, desde luego mucho menos de lo que hubiera querido.
En cualquier caso, consciente de lo efímero de algunas lecturas, y demasiado perezoso para intentar dar a otras la entrada que merecerían, me rindo una vez más al recurso facilón de la lista. Aquí van unas pocas:



El hombre del lago, de Arnaldur Indridason

Las novelas de Indridason siguen a rajatabla todos los mandamientos de la novela negra, y sin embargo, tienen algo diferente. Ésta es la tercera o cuarta que leo de este autor, y me ha enganchado aún más que todas las demás. El inspector Erlendur, de cuya triste y atribulada vida vamos aprendiendo más detalles, está obsesionado con los casos de desapariciones desde que, a la edad de 10 años, perdió a su hermano pequeño en una tormenta de nieve en la montaña. En este libro, la aparición de un esqueleto atado a un aparato de transmisión ruso, que salen a la superficie seca de un lago después de medio siglo enterrado, nos lleva a la RDA en la época del monstruoso Walter Ulbricht, cuando medio país espiaba al otro medio. Interesantísima.



Novela de ajedrez, de Stefan Zweig.

¿Conseguiré algún día leerme todas las obras de Zweig? A pesar de que ésta es una de sus novelitas más emblemáticas y lleva muchos años publicada en español, hasta ahora no había caído en mis manos. Tenemos en ella algunos de los motivos recurrentes en el autor, como por ejemplo las confidencias de un desconocido al narrador, la obsesión como patología, la lucha del individuo frente al totalitarismo, y el arte y la imaginación como último refugio del alma. Un gozo para los amantes de Zweig, y una obra, como tantas suyas, que reclutará para la causa a los cada vez más escasos desconocedores del gran autor vienés.


 El monóculo melancólico, de Guido Ceronetti

Todo un descubrimiento, este Ceronetti. Este libro es una colección de ensayos que van desde los canteros que tallaban las piedras de la catedral de Estrasburgo (y su fascinante conexión con la masonería) a la guerra civil española, pasando por Rembrandt, el gallo cósmico, o el cadáver de una prostituta en la morgue.


Leviatán o la ballena, de Philip Hoare

Algunos libros son tan buenos que hasta se puede perdonar lo imperdonable, esto es, una traducción con numerosos errores y una edición que claramente no ha sido revisada. Ya en la primera página nos encontramos con un tímido traducido incorrectamente del inglés timid, que nos depara una frase carente de sentido. Y así sigue, con una puntuación errática hasta la exasperación. Y es una pena, porque el libro, escrito con pasión obsesiva y con gran talento, es una joya. Melville, ámbar gris y espeluznantes leyendas a lo Jonás.


 La vampira de la calle poniente, de Luis Antón del Olmet

Un pedazo de la historia de Barcelona y de España en el caso de Enriqueta Martí y de su fallida víctima, que sacó esta escalofriante historia a la luz. Morbosas crónicas propias de la prensa amarilla, pero también, y sobre todo, el retrato de una sociedad, la de 1912, a la que nunca hemos dejado de parecernos.


Filosofía a mano armada, de Tibor Fischer

Fischer es un autor inglés de origen húngaro que goza de relativo prestigio en Gran Bretaña. Cultiva cierta reputación de escritor de culto, algo rebelde, con predilección por los personajes perturbados, y  un sentido del humor cáustico e iconoclasta. El problema es que ese cultivo es demasiado intensivo, y no hay nada más cargante que un escritor que intenta que todas y cada una de sus frases sean demoledoras perlas del ingenio. Graciosillo hasta que se hace insufrible, y eso sucede bien pronto. Abandonado en la página 76.



Bajo el techo que se desmorona, de Goran Petrovic

En casa ha entrado ya no sé cuántas veces Atlas descrito por el cielo, de Goran Bregovic, novela recomendada entre otros por Alberto Manguel, y que, pese o debido a tener una estructura muy original, parece la mar de interesante. Por algún motivo u otro (casi siempre la pereza de adentrarme en una estrucutra tan original), siempre acabo devolviéndola a la biblioteca sin haberla leído. Bajo el techo que se desmorona es mucho más accesible de lo que la anterior se antoja a primera vista, y nos cuenta el antes, el momento, y el después de la muerte del mariscal Josip Tito. Un retrato de los Balcanes con un aire a lo Amarcord. Una gran novela.


Capital, de John Lanchester

Una de esas novelas que intentan, y en este caso, además, lo consigue, captar tanto un determinado momento histórico como el espíritu de una comunidad en todos sus estratos sociales. El momento histórico va desde finales de 2007 a otoño de 2008, en los meses de especulación financiera que culminaron con el escándalo de Lehman Brothers y la convulsión en los mercados financieros, cuyas consecuencias todavía sufrimos. La comunidad es la calle Pepys Road, en Londres, que la especulación inmobiliaria ha convertido en el objeto del deseo de banqueros, deportistas y todo tipo de gentes de pasta. Allí conoceremos tanto a los tiburones de la City, a la familia de pakistaníes que llevan la tienda de la esquina, al inmigrante polaco que se gana la vida haciendo obras, o a la anciana que se ha convertido en millonaria por el simple hecho de seguir viviendo en la misma casa en la que nació. Lanchester ha conseguido entrelazar las vidas de estos personajes, y unos cuantos más, con la historia del escándalo financiero y la histeria tras los atentados de Londres. El resultado es una novela muy bien escrita y francamente entretenida, cuyas 600 páginas me leí en tres o cuatro sentadas.



Como un guante de seda forjado en hierro, de Daniel Clowes

¿Qué puedo decir de esta novela gráfica? Si a alguien le apetece una lectura francamente desagradable, por no decir horripilante; le hace ilusión una obra a cuyo lado David Lynch parece un autor costumbrista; y le gustan las obras de las que no entiende ni papa, éste es su libro. Daos el gusto de pasarlo mal.


The British museum is falling down, de David Lodge

Muchos admiradores de Lodge tienen en ésta su novela favorita del autor inglés. Lo cierto es que es Lodge en estado puro: divertido, ameno, de estructura impecable, certero y culto sin ápice de esnobismo. Personalmente, sin embargo, me supo a poco después de la Trilogía de campus. Esa manía mía de leer primero las mejores obras de un autor con frecuencia me estropea las demás.


Tiempo de canicas, de Beto Hernández

Lo hermanos Hernández, de padre mexicano y madre texana, son dos reputadísimos autores de novela gráfica de los que yo no había oído hablar hasta esta pequeña maravilla. En ella, se nos describe la trivial epicidad, o, tanto monta, la épica trivialidad de la entrada en la adolescencia en el extrarradio de una ciudad californiana a finales de los 60. Tan sencillo que parece, y tan genial el resultado.


Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero, de Martin Rowson

¿Hace falta tener valor para llevar el Tristram Shandy a la novela gráfica? No lo sé. La línea que separa el valor de la desfachatez suele ser muy fina, y me parece que la palabra desfachatez, que por supuesto es un elogio, y grande, se ajusta mucho más al carácter de Martin Rowson. Ahora, está claro que la desfachatez no basta, y lo que se necesita es sobre todo talento e imaginación, algo de lo que anda sobrado este autor genial.
Así, en esta impresionante adaptación, Rowson ha conseguido algo dificilísimo: respetar (por decirlo de alguna manera) el espíritu rompedor del original, al tiempo que crea una obra absolutamente personal, original e innovadora. Con unas ilustraciones en las que uno se puede perder durante horas, lo único que se le puede reprochar a esta edición es que no tenga un formato aún más grande.



Three men in a boat, de Jerome K. Jerome

Cuando alguien tiene un nombre como el de este autor, el sentido del humor debe de venir incorporado de serie. Tres hombres en una barca es una obra clásica de la literatura inglesa del s. XX, donde "clásico" quiere decir fácil de encontrar en edición barata. Será por esa ubicuidad que todo el mundo la conoce. Será también por eso por lo que tan pocos la leen hoy. Y no sólo aquí. Pienso, en efecto, que muy atrás quedan los días en que esta novela era una de las favoritas del público inglés, como podría serlo Sidra con Rosie. Y es una pena, porque aparte de ser una obra interesante, original y con mucho más jugo del que aparenta, tiene algunas de las escenas más divertidas con las que me he encontrado en mucho tiempo. El gran éxito del que gozó en su tiempo, así como el estatus de clásico, se lo debe en gran medida a su estructura algo errática. En efecto, lo que parece un mero divertimento para pasar el rato, se convierte a ratos en un tratado de historia o de geografía, mientras que en otras ocasiones nos deleita con divertidas observaciones casi antropológicas. Da la impresión de que el autor escribió el libro para pasar el rato, lo que con frecuencia es el mejor modo de pasar a la inmortalidad.
Este libro provocó contorsiones de cuello en un pasajero en el metro, quien, tras mi mirada inquisitiva, se lanzó en elogios del libro y me deseó que lo disfrutara. Lo hice.


Cuentos de Galitzia, Andrzej Stasiuk

Algo desconcertado me dejó la obra de este autor polaco. La palabra Galitzia (que toda la vida había sido Galicia; parece que algunos editores consideran que el cerebro del lector español no es capaz de abarcar tamañas complicaciones toponímicas) actúa sobre mí como un imán, y me lancé sobre esta colección de cuentos con gran voracidad, pero también con unas expectativas quizá algo equivocadas. En efecto, aquí no tenemos historias del shtetl, ni funcionarios del imperio austro-húngaro partiendo a la Gran Guerra. Los cuentos, que de hecho se pueden leer como diferentes episodios de una novela, transcurren en la época actual, y en ellos, en medio de una nieve gris y de un paisaje desolado, tenemos a diferentes personajes que arrastran sus miserias de la taberna al cuartucho con hedor a vodka de garrafa, en el que suena la voz hortera de un presentador de concurso de televisión. Y aunque a ratos me daba la sensación de estar leyendo una historia de perdedores en el medio oeste americano, lo cierto es que este libro ha dejado en mi recuerdo una huella duradera y totalmente inconfundible.


Eating people is wrong, Malcolm Bradbury

Lo más interesante que puedo decir de esta novela es que mi edición, que rondaba entre los libros de mi abuela, es igualita a la de la foto. Y prácticamente en el mismo estado.
David Lodge ha señalado en alguna ocasión que ésta es algo así como una de las obras canónicas en llamada "novela de campus". A mi juicio, si en su día lo fue, hoy ha quedado más que desfasada. Poco campus, muchas fiestas, tedio, y una lectura de la que no ha quedado nada más que una marca en la lista de libros leídos.



La chica sobre la nevera, de Etgar Keret

Donde el israelí Keret -a quien descubrí el año pasado con este otro libro, genial- se maneja mejor es en el relato corto, de apenas tres o cuatro páginas, y de corte surrealista-fantástico-absurdo. En esta estupenda colección abundan los relatos de ese tipo, combinados con otros algo más largos y por ende menos logrados, y unos pocos, brevísimos, que parecen viñetas de una historia de iniciación. Una lectura más que recomendable.


Entre asilio y exilio, de Predrag Matvejevic

A este autor lo descubrí el año pasado, gracias a esta publicación de Acantilado. Paseándome andaba yo un día este año por no recuerdo qué biblioteca cuando vi de nuevo su nombre, esta vez en Pre-textos, así que me dije que la ocasión la pintan calva. Porque este libro es una joya para los sovietófilos. Matvejevic es bosio-croata, hijo de padre ruso, y en este libro recoge sus impresiones de algunos viajes a la URSS, en busca -si no recuerdo mal- de la familia de su padre, así como las cartas que escribió a diversas personalidades e instituciones en su defensa de la libertad. Me apoyo quizá demasiado en la memoria, pero de esto no os quepa duda: es una gozada de lectura.

Continuará.
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