viernes, 30 de noviembre de 2012

El muro de Berlín, de Frederick Taylor


Me gusta pensar que la caída del muro tuvo una influencia directa en mi vida personal. Durante mi estancia en la Unión Soviética, adonde llegué diez meses después de aquel histórico 9 de noviembre, conocí a una chica de la República Democrática Alemana, país al que le quedaban, oficialmente, dos semanas de vida. Los de aquella parte del mundo nos parecían a los españoles una curiosa combinación entre (y perdón por el topicazo) la seriedad y eficiencia germanas y la ingenuidad, en muchos aspectos, de los regímenes comunistas "de toda la vida". Recuerdo que Eva (llamémosla así) y sus amigas, que contaban de veinte años para arriba, tenían la habitación de aquella residencia de estudiantes adornada con pósters de galanes al estilo Patrick Swayze, por quienes suspiraban cuales adolescentes en plena edad del pavo. Parecía que intentaran recuperar una adolescencia de la que no hubieran podido disfrutar en su momento.

Eva aprendió a conducir en uno de éstos

Tenían asimismo un sentido del humor un tanto ramplón, aunque inocente, que me parecía poco propio de universitarios procedentes de una potencia económica y cultural como Alemania. Naturalmente, el país en el que habían nacido, aquella "otra Alemania" que ya no existía, nunca había sido una potencia económica, y mucho menos cultural, y sus éxitos se limitaban a un buen puñado de medallas olímpicas siempre vistas desde occidente con chistes facilones y justificada suspicacia.

Eva y yo tuvimos una relación que duró algo más de dos años. Fue mi primera relación verdaderamente seria, aunque probablemente no cambió tanto mi vida como la suya. Hasta el día en que cayó el muro, ella sabía perfectamente cuál era el rumbo que iba a seguir su vida. Tenía un novio desde los diecisiete años, con el que ya estaba prometida, y sabía también cuál iba a ser su trabajo por el resto de sus días. No les costaría mucho conseguir un piso del estado, de 30 m2, y con paciencia y unos años de espera, adquirir un Trabant con el que saldrían de excursión los domingos.
En fin, si se había venido abajo el telón de acero, ¿por qué no iba a desmoronarse también ese futuro tan perfectamente planificado y organizado?

La historia de la genial Uno, dos, tres, de Billy Wilder, empieza el infausto 13 de agosto de 1961

Durante nuestra relación, oí bastantes historias sobre la vida tras el muro, pese a que era un tema sobre el que a ella no le gustaba demasiado hablar. Intuí, por ejemplo, que en aquel paraíso comunista, como sucede hoy en Cuba, había una casta de privilegiados, constituida por aquellos que tenían alguien al otro lado, que les enviaba divisas, ropa y productos de occidente. También constaté que eran ciertas las historias acerca de emisiones de radio oídas con el volumen al mínimo, y de inesperadas llamadas a la puerta que obligaban a apagar rápidamente la tele y disimular. En cuanto a la severidad de sus leyes, me bastaba el ejemplo de su hermana, que había pasado dos años en la cárcel por haber robado un ramo de flores.

11 de noviembre. La cara que se les quedó a los soldados de la RDA

Para los de mi generación, que no habíamos vivido guerras, que no habíamos visto al hombre en la luna, ni cómo asesinaban a Kennedy, la caída del muro de Berlín, así como el baile de dominó por toda Europa del Este que lo sucedió, nos permitió por primera vez ver en directo cómo cambiaba el curso de la historia.

El libro de Frederick Taylor, fascinante y a ratos abrumador, nos cuenta mucho más que la historia del muro, y resulta difícil resumirlo, dada la enorme cantidad de información que nos proporciona referida a la historia de Berlín, Prusia, la República de Weimar, las dos Alemanias y, naturalmente, la Guerra Fría. Prefiero, por ello, centrarme en algunos aspectos que me han llamado la atención y en otros muchos que me ha emocionado recordar.

1950. Recogiendo chatarra para construir el socialismo

En aquel Berlín, que a la conclusión de la guerra había quedado dividido en cuatro secciones, durante muchos años hubo libre circulación de ciudadanos entre el sector occidental y el oriental. Eso dio lugar a situaciones bastante difíciles de sostener a la larga, como por ejemplo, el que muchos berlineses residentes en el sector oriental, los llamados cruzafronteras, fueran a trabajar al occidental, y cobraran su sueldo en marcos occidentales, de mucho más valor que los soviéticos. Así, por motivos económicos y, huelga decirlo, políticos, se empezó a fastidiar lo más posible a los cruzafronteras, con un acoso constante por parte de las autoridades.

Walter Ulbricht o el repelús hecho carne

Empezaron a pasar los años, y el régimen de Wilhelm Pieck iba apretando las tuercas. Así, en 1952 el siniestro Walter Ulbricht, secretario del Partido Socialista y el que de verdad cortaba el bacalao en el gobierno, anunció que el país iba a llevar a cabo una "implementación sistemática del socialismo". Se llevó a cabo una subida de impuestos,  las horas de trabajo aumentaron en un 10%, se favoreció a la industria pesada en detrimento de la de bienes de consumo (lo que bien pronto condujo a la escasez en las tiendas), y se intentó estrangular a lo poco que quedaba de clase media (Dios mío, ¡acabo de descubrir que Rajoy es marxista!). La consecuencia inmediata, aparte del descontento general, fue un aumento en el número de ciudadanos que abandonaban el país para irse a occidente, tendencia que, desde el final de la guerra, no había hecho sino crecer.

Los rusos pacificando la situación

El 16 de junio de 1953, trescientos obreros de la construcción iniciaron una huelga que en seguida se convirtió en general y que sacó a las calles a decenas de miles de personas. Las protestas se fueron intensificando y los manifestantes abarrotaron la zona de los miniserios. La represión, con la inestimable colaboración de los tanques soviéticos, no tardó en llegar. En los enfrentamientos murieron, según Taylor, más de dos mil ciudadanos (en wikipedia esta cifra es sensiblemente inferior), mientras que doscientos fueron ejecutados y mil cuatrocientos encarcelados de por vida. Tal fue la brutalidad del régimen que incluso Bertold Brecht se vio obligado a escribir un poema al respecto.

15 de agosto de 1961. Las obras de construcción del muro van a buen ritmo

Durante los años siguientes, el goteo de ciudadanos de Berlín oriental hacia el otro lado de la frontera se convirtió en un chorro de agua a presión, y la situación volvió insostenible. Por ello, y aunque pilló a todos por sorpresa, poco puede extrañar que las autoridades finalmente decidieran cerrar la frontera (la construcción del muro en sí tardaría un poco en llegar). Eso sí, Ulbricht se aseguró de mantenerlo en secreto hasta el último momento, y de tener a todo su equipo de gobierno amablemente retenido en una fiesta hasta anunciarles la medida. Por si las moscas...



Muchos de nosotros tenemos una imagen de un Berlín oriental cerrado a cal y canto a los visitantes, pero eso no era del todo así. Ese tipo de restricciones afectaron sobre todo a los berlineses occidentales, a quienes, desde 1962 se les prohibió la entrada en la ciudad excepto en periodo navideño (entrañable, ¿no?), y eso aún con reservas. Al resto de ciudadanos, fueran alemanes de la RFA no residentes en Berlín o, sobre todo, de otros países, se les impusieron restricciones y la  obligación de solicitar un visado, pero, en líneas generales, sí se les permitía la entrada, a condición, claro está, de que respetaran el límite de estancia y por la noche volvieran a su infierno capitalista. De hecho, uno de aquellos visitantes fue nada menos que Ronald Reagan, futuro ganador incontestable de la carrera armamentística, que años más tarde contribuiría de manera decisiva al hundimiento de la URSS. Reagan, acompañado de su mujer, se paseó durante una hora por Berlín oriental un par de años antes de convertirse en presidente, y poco podían imaginar los guardias que revisaron su pasaporte que estaban ante el futuro presidente de los EEUU, el que un día ningunearía a su presidente al exigir al líder de otro país que derribase el muro.

"Señor Gorbachov, ¡derribe este muro!"

La construcción de un muro que partiera en dos una ciudad tan antigua como Berlín dio lugar a situaciones tan grotescas como inhumanas. Una de las más infames fue la que tuvo lugar en la famosa Bernauer Strasse. La división de la ciudad pasaba justo por esta calle, de manera que la entrada al edificio se encontraba en el este, y la fachada posterior, en el oeste. Los habitantes del inmueble, pues, vivían en el sector soviético, pero si querían envenenar sus pulmones con efluvios imperialistas, no tenían más que asomarse a la ventana. Bromas aparte, se vivieron escenas tan espeluznantes como éstas.


Uno de los aciertos de Taylor al escribir este libro es el equilibrio entre el material histórico y político, y la historias humanas. En sus casi tres décadas de existencia, el muro de Berlín fue el escenario de incontables historias de todo tipo, y es sin duda el aspecto humano el que nos da la medida de aquella locura convertida en vida cotidiana.

El problema de la Bernauer Strasse se solucionó tapiando las ventanas

Dejando de lado a Ulbricht o Khrushov, y centrándonos en estos nombres "pequeños" de la historia del muro, uno de los primeros es, sin duda, el de Hagen Koch. Koch fue el soldado que trazó, con aire desafiante y a la vista de los soldados occidentales que lo miraban indignados, la línea blanca que separaba, en el histórico paso fronterizo Checkpoint Charlie, un país de otro. Tras la caída del muro, fue el encargado de organizar el desmantelamiento de éste y su posterior venta.


De muy distinto signo fue el destino de Conrad Schumann, aquel soldado de la RDA que, al tercer día de haberse cerrado la frontera, y mientras se reforzaban las alambradas, se dio cuenta de la que se le venía encima y dijo pies para qué os quiero. El momento de su huida fue inmortalizado, y la imagen se covirtió en un auténtico icono en Berlín occidental.

 Peter Fechter agonizando junto al muro

Uno de los personajes más siniestros de aquella Alemania era, como ya he señalado, Walter Ulbricht. Ulbricht, comunista hardcore, fue el responsable del levantamiento del muro y de las medidas que autorizaban a los guardias a emprender la caza del hombre con cualquiera que intentara evadirse saltando el muro o atravesando el Spree a nado. Tenían la orden de disparar a matar.
La constante tensión en la frontera alcanzó niveles casi intolerables cuando en agosto de 1962, Rudi Arnstadt, guardia fronterizo de Alemania Oriental, fue muerto por un guardia de Berlín Occidental. Era la quinta muerte de un guardia oriental en poco tiempo, y el régimen naturalmente las aprovechaba para añadir gloriosos mártires a la causa socialista. Como curiosidad, os diré que Hans Plüschke, el guardia que mató a Arnstadt, fue asesinado en 1998 de un disparo en el ojo, la misma herida con la que él había acabado con Arnstadt. Su asesino nunca ha sido capturado.

Soldados de Alemania Oriental recogiendo el cuerpo sin vida de Fechter

Pocos días después de la muerte de Arnstadt tuvo lugar una de las historias más escalofriantes de la historia del muro, protagonizada por un joven de 18 años llamado Peter Fechter, mientras intentaba escapar a occidente junto a un amigo. Para aquel entonces, los guardias ya tenían orden de disparar a matar, y en este caso las cumplieron. El amigo de Flechter consiguió huir, pero él quedó malherido junto al muro, desangrándose a la vista de todos. El ejército americano no se atrevió a intervenir, dado que se podría haber considerado violación del territorio y las consecuencias podrían haber sido gravísimas, mientras que desde el lado oriental un fallo en la cadena de mando retrasó el rescate de Fechter más de una hora. Peter Fechter murió desangrado.

Aquí, el de Günter Liftin, a quien asesinaron a tiros mientras cruzaba el río a nado

Las ansias de libertad de los berlineses orientales se juntaron con las ganas de los occidentales de tocarle las narices al régimen de Ulbricht, por lo que en seguida se organizaron grupos de ayuda a los que querían huir. Los métodos de huida iban desde túneles hasta camiones que arrasaban con cualquier barrera que se les metiera por delante, coches que pasaban por debajo de la misma (método que sólo pudo emplearse una vez), o incluso globos. Estos grupos no tardaron en convertirse en un negocio por el que llegaban a pagarse muchos miles de marcos (de los buenos), como los que pagó la cadena norteamericana NBC. El resultado de esa inversión fue el documental El túnel, que ganó varios premios Emmy y que se adelantó varias décadas a la reality TV

Todos los de mi generación sabemos decir "solidaridad" en polaco

Al leer este libro, en ocasiones se me ponía la piel de gallina al volver a ver aquellos nombres con los que crecí y que, sin entonces darme cuenta, estaban contribuyendo a cambiar la historia. Reagan, Thatcher, Juan Pablo II y Lech Walesa, entre muchos otros, sin olvidar al pueblo, naturalmente, fueron los artífices de la caída de los regímenes comunistas de Europa del Este. Hay que reconocer, no obstante, que Reagan y Thatcher, por ejemplo, tuvieron la suerte de enfrentarse, en el punto álgido de aquella carrera armamentista, a una Unión Soviética en imparable crisis económica y gobernada por unos líderes decrépitos que se les morían antes de que pudieran aprenderse sus nombres. Parecía que ya no quedaban líderes como el basto y pueblerino Jrushchov, o como su sucesor, Leónidas Brezhnev, que gobernó el país sus buenos 18 años. A Brezhnev lo sucedió Yuri Andropov, que apenas duró unos meses, y a éste, un Chernenko que paseaba personalmente sus restos mortales por el Kremlin. En 1985 llegó Gorbachov, querido en occidente y bastante denostado en su país, y se convirtió en el primer presidente de la Unión Soviética nacido después de la Revolución de Octubre. Gorbi tomó las riendas de un país en graves apuros económicos que no podía permitirse seguir apoyando económicamente a una RDA al borde de la bancarrota. Además, el reformismo de Gorbachov era incompatible con la línea dura de Honecker.

 La embajada de la RFA, tomada por refugiados de Alemania del Este

A pesar de que, en retrospectiva, la caída del muro nos parece hoy inevitable, en aquellos días era absolutamente inconcebible. Se me ocurre que nos cuesta muy poco investir de normalidad al infierno, sea propio o, como en este caso, ajeno, pero más todavía nos cuesta, pasado el tiempo, recuperar la memoria de ese infierno. Y no me refiero sólo a los años de falsa gloria del régimen, cuando parecía que el muro iba a quedarse para siempre, sino incluso a aquellos días de noviembre del 89.

En el segundo 0:24 un periodista le pregunta cuándo entrarán en vigor las medidas. Después de consultar sus papeles, dice "a ver, estooo... pues... que yo sepa, desde este momento"

Pero las causas de la caída del muro, como digo, no fueron sólo externas. Las arcas de la RDA estaban vacías, y su deuda exterior era astronómica. Cada vez crecía más el descontento entre la población, a la que, naturalmente, desde hacía ya mucho tiempo no se le podía ocultar el nivel de vida que disfrutaban sus vecinos. Sin embargo, y curiosamente, la puntilla a la RDA se la dieron precisamente los países satélite. Empezó Hungría, cuyo ministro de exteriores, ante la pregunta de un periodista, declaró que si 60.000 refugiados de Alemania del Este se presentaran en la frontera con Hungría, "los dejarían pasar sin más". Los alemanes orientales entendieron el mensaje: si no puedes saltar el muro, rodéalo. Como no había restricciones para desplazarse a los países "amigos", miles y miles de ciudadanos de la RDA se subieron a trenes, autocares y coches, y se fueron a esos países, en concreto a Hungría y Checoslovaquia (¡qué antiguo suena ya ese nombre!), desde donde luego podían fácilmente cruzar a occidente.  

Circulan en la red incontables vídeos, tanto sobre la historia del muro como simplemente sobre su caída. Estos dos me han parecido un poco diferentes del resto. Este primero tiene cierto candor de proyecto de estudiante. En él veréis resumidos los últimos días del muro. 


Con el segundo os haréis una idea muy aproximada de cómo se vivió en Berlín Este aquella noche histórica.

La embajada de la RFA en Budapest, y poco después la de Praga, se vieron prácticamente asaltadas por miles de refugiados. Tuvo lugar  entonces una crisis diplomática de proporciones considerables, que de milagro no derivó en una crisis sanitaria. El muro era ya insostenible, y sin embargo, nadie podía imaginar todavía lo que estaba a punto de pasar.

El 9 de noviembre, Gunter schabowski, portavoz del nuevo gobierno de  la RDA (habían obligado a Honecker a presentar la dimisión), se disponía a dar una rueda de prensa cuando le pasaron una nota que apenas tuvo tiempo de leer. En esa rueda de prensa, un confuso y titubeante Schabowski anunció por error que a partir de ese momento los ciudadanos podían viajar al extranjero sin ningún tipo de restricción. Nos gustaría pensar que la caída del muro se debió a un simle error humano, pero el hecho es que, en cualquier caso, las medidas iban a entrar en vigor al día siguiente. El error sólo adelantó en un día aquel momento esperado años y años por millones de alemanes del este.


Y de postre me regalé esta extraordinaria autobiografía gráfica del autor checo Peter Sis sobre la cual escribiré cuatro líneas. 
Sis nació con la Guerra Fría y creció con el muro. En este libro nos describe esa experiencia, una vida donde las cosas son prohibidas u obligatorias. 
El libro, cuyo título completo es El muro. Crecer tras el telón de acero, y que combina la narración en tercera persona, la crónica y el diario, es un pequeño prodigio de creatividad e imaginación. Aquí tenéis al autor hablando del libro.


Tras el serio estudio de Frederick Taylor, esta historia resulta el complemento perfecto para la historia del muro: ligerito, agradable y personal.

En 1968 se inició en Checoslovaquia una tímida apertura que permitió al autor cumplir uno de sus sueños: viajar a Inglaterra. Aquella apertura acabó, como todos sabemos, con los tanques soviéticos recorriendo las calles de Praga, y el mundo de Sis y sus compatriotas volvió a ser gris.


Sis, que parece ser que nació con un lápiz en la mano, es además un apasionado de la música. Cabe recordar, en este sentido, que el rock, que en occidente tan poco tardó en convertirse en un inmenso negocio, para la gente que vivía tras el telón de acero conservó durante mucho más tiempo aquel aura de libertad en su sentido más pleno. En esta segunda ilustración tenéis a los Beach Boys en el histórico concierto que ofrecieron en Praga en 1969. 
En una sociedad amordazada y encadenada por el totalitarismo más brutal, sólo los garabatos y el rock nos salvarán.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Cantar de los nibelungos


En mis ya lejanos tiempos de aficionado al fútbol, uno de mis primeros héroes fue el rubio e iracundo centrocampista alemán del Barça Bernd Schuster. Recuerdo que, en el incontenible y a menudo absurdo afán de hallar sinónimos que tienen todos los periodistas, José María García se refería al jugador indistintamente como el teutón o el nibelungo. Nibelungo, qué maravillosa palabra me parecía, sin tener ni idea de lo que quería decir. Hoy me sigue pareciendo igual de maravillosa, tanto como las diferentes teorías sobre su etimología y su significado preciso.

Sigfrido forjando su espada, en un fotograma de Los nibelungos, de Fritz Lang

La complejidad sobre su procedencia y significado se constata en este Cantar, donde el término se refiere en primer lugar a un reino, el de los nibelungos, donde reinaba un rey, Nibelungo, con dos hijos llamados Schilbungo y Nibelungo (menos mal que luego llegó el cristianismo y su santoral, para arreglar todo eso), que mueren a manos de Sigfrido. Sólo luego pasa el término a referirse también a los burgundios.

Sigurd, el Sigfrido original

Pero si interesante es la historia del sobrenombre de Schuster, qué os voy a decir de la historia de este clásico. El Cantar de los nibelungos tiene sus orígenes en la historia, la tradición oral y la mitología nórdicas, es decir, de Escandinavia e Islandia, así como en hechos históricos de los siglos V y VI. De Islandia procede, por ejemplo, la Saga Volsunga, considerada una versión arcaica de la obra que nos ocupa, mientras que , por otra parte, los hechos históricos que el autor utiliza para la historia son ni más ni menos que las invasiones bárbaras que tuvieron lugar en Europa en la época aludida. En concreto, se remite a la derrota de los burgundios por el general romano Flavio Aecio, quien tuvo en sus manos la vida de Atila y se la perdonó para no desequilibrar la balanza entre hunos y visigodos.

Cómo se manejaba el dragón de la película de Lang

El poema en su forma escrita se perdió hacia el siglo XVI, pero en el XVIII se descubrieron diversos manuscritos escritos cinco siglos antes. Sin embargo, la historia hunde sus raíces mucho antes, y como ya he señalado más arriba, procede -o, por lo menos, tiene versiones casi paralelas- de las sagas nórdicas. En la forma definitiva con que hoy se conoce, el poema se ha alejado del odinesco mundo de vikingos y dragones, y se ha instalado en una corte medieval, donde tenemos las consabidas dulces doncellas y los nobles y gallardos caballeros cristianos.



Sigfrido mata al dragón. Muy sepia, pero, por lo demás, buena calidad

Es fácil, no obstante, reconocer en Sigfrido a Sigurd, el héroe nórdico original de las sagas islandesas, que mata al dragón y se convierte en invulnerable tras bañarse en su sangre. Pero existe también otra teoría acerca del origen de Sigfrido, que relaciona a éste con Arminio, el caudillo germano que infligió a Roma la humillante derrota en el Bosque de Teutoburgo, y que nos recordaba Tácito en sus Anales.

La sencillez casi inocente de la historia produce ternura, un sentimiento que luego se revela de lo más engañoso. Sigfrido, leyenda viva por haber matado un dragón y haberse hecho (casi) invulnerable tras bañarse en su sangre, se presenta en la corte de los burgundios, dispuesto a casarse con Krimilda, de quien tiene muy buenas referencias. No está dispuesto a aceptar un no por respuesta. Por su parte, Gunter, rey de los burgundios y hermano de Krimilda, también tiene ganas de encontrar una ricahembra, y decide que la fortunada será Brunilda, la feroz reina de Islandia. Sigfrido le ayuda a conquistarla a cambio de la mano de Krimilda, que aceptará encantada. Empero, esos apaños entre colegas se revelerán fatales,

La catedral de Worms, escenario de la fatal discusión entre Krimilda y Brunilda

No voy a insistir otra vez en lo sencillos de leer y amenos que son los clásicos, pero sí haré hincapié en otro aspecto de estas epopeyas que a veces obviamos: el retrato psicológico y la complejidad de sus personajes. Los héroes del Cantar de los nibelungos son personas de carne y hueso que tienen cosas mejores que hacer que encasillarse en un papel de por vida. ¿Quién puede reconocer en esa fiera diabólica y sanguinaria de la segunda parte a la tierna y virginal Krimilda de la primera? ¿Cómo puede el mezquino y traicionero Hagen de Trónege mostrar un comportamiento tan noble a medida que se acerca su fin? Otros no cambian, pero su retrato está a la altura de cualquier personaje shakespeariano, como por ejemplo Gunter, el rey débil y timorato que se sabe traidor y se atormenta por ello.

"Vaya chasco", se dijo Gunter (cuadro de Johann Heinrich Füssli)

Entre descripciones de tesoros, comitivas, banquetes, y justas, disfrutamos de escenas inolvidables. Una de ellas es, sin lugar a dudas, la de la noche de bodas de Gunter y Brunilda. El pobre rey de Burgundia ha necesitado la ayuda de Sigfrido para vencer a Brunilda, la invencible y despiadada reina de Islandia, en el duelo al que ésta le reta si quiere su mano. Así, Sigfrido se ha servido de su capa mágica, que lo vuelve invisible, para ayudar a Gunter en las tres pruebas de fuerza de que constaba el desafío. Vencida, Brunilda se ve obligada a desposarse con, hablemos claro, tan patético personaje y trasladarse con él a Worms. Llegada la noche de bodas, sin embargo, Brunilda se niega a dejarse desflorar por Gunter y lo deja colgado. No, no es una metáfora. Le ata las manos, lo cuelga del techo, y se echa a dormir.
Una Brunilda para La Walkiria de Wagner

Al día siguiente, Sigfrido ve la cara de apaleado de su amigo, que le confía sus penas. Tranqui, que esto lo arreglo yo, le dice Sigfrido el matadragones. ¿Para qué están los amigos?

Con tal de que no te propases, habló aquí el rey, con mi querida esposa, estoy de acuerdo en lo demás.

Y dicho y hecho, esa noche Sigfrido se hace pasar por Gunter, se acuesta con Brunilda, la doma y le quita su anillo y su cinturón, con lo que la reina pierde su fuerza sobrenatural y se convierte en una amorosa y leal esposa. El autor no es más explícito en los detalles de esa singular lucha, y la escena se nos presenta de un modo algo ambiguo. No nos queda claro, por ejemplo, si Gunter es del todo consciente de lo bajo que ha caído, pero la simbología del anillo y el cinturón sugieren que Sigfrido se la ha dado con queso.


La muerte de Sigfrido, de Julius Schnorr von Carolsfeld

Ese anillo y ese cinturón serán los desencadenantes de la tragedia, mujer contra mujer, entre Krimilda y Brunilda, cuando la primera se jacta de que su adorado Sigfrido poseyó a la reina de Burgundia antes que su propio marido. El anillo y cinturón que Brunilda reconoce son la prueba que no engaña. Brunilda decide que Sigfrido debe morir, y le encarga el trabajo a Hagen de Trónege, quien consigue con engaños sonsacarle a Krimilda el punto vulnerable del matadragones y príncipe de Xanten. La muerte de Sigfrido, por la espalda y con engaños, se convirtió en paradigma de traición. Siglos más tarde, esa misma traición, la dolchstosslegende o leyenda de la puñalada en el espalda, sirvió a los nazis para acusar a los judíos de la derrota en la I Guerra Mundial y los males de Alemania en general.

Por supuesto, no fue sólo la dolchstosslegende lo que aprovecharon los nazis para sus siniestros fines. Como todos sabemos, la historia de Sigfrido y Krimilda, años antes utilizada por Wagner para la creación de su gran ciclo operístico, se convirtió para el nacionalsocialismo en el tarro de las esencias germánicas, en una especie de mítica época dorada de la raza aria.

Hagen a punto de lanzar al río el tesoro de los nibelungos

La obra está dividia en dos partes, y hasta ahora sólo he hablado de la primera, conocida como "La muerte de Sigfrido". La segunda nos narra "La venganza de Krimilda", y en ella, como ya he dicho antes, vemos a una Krimilda implacable y, en efecto, vengativa, y a un Hagen leal a su señor y valiente hasta el final. Pero hay más personajes, entre los que destacan algunos clásicos de los libros de historia como Teodorico el Grande y Atila.
Atila, rey de los hunos, el azote de Dios. Bueno, pues según el Cantar, tampoco había para tanto. Es más, en lugar de un salvaje despiadado y bárbaro, nos encontramos con un señor de lo más razonable y conciliador, que pide cortésmente la mano de la viuda Krimilda, y que es capaz de llorar a moco tendido junto a Teodorico, al ver a sus soldados muertos y a su señora cortada en pedacitos.
La presencia de Atila y Teodorico el Grande nos sitúa la obra en su verdadero contexto histórico de los siglos V y VI, aunque debían pasar todavía muchos siglos para que la obra fuese por fin recogidoa por escrito. Se cree que su anónimo autor fue un eclesiástico del siglo XII residente en la corte de Wolfger de Erla, en una zona del Danubio entre Passau y Viena.

Atila no consigue que Krimilda olvide a Sigfrido

Como veis, la historia, sobre todo en su segunda parte, no es especialmente compleja. Con su revelador y conciso título, "La venganza de Krimilda" avanza en un sencillo crescendo que cada vez es más tenso merced a los constantes anuncios de grandes tragedias que hace el narrador. Sí, amigos, el autor del Cantar fue también el inventor del spoiler, y la verdad es que el uso que le daba era sumamente efectivo. Y así, como muy bien se nos ha ido advirtiendo, la historia acaba en una verdadera masacre con la que el lector se lo pasa pipa.


Y tan entusiasmado estaba yo con la obra, que en cuanto vi en la biblio la versión que hizo Fritz Lang en 1924 de la obra me puse a dar saltos de gozo. La verdad es que, en el momento en que escribo esto, todavía no he acabado de verla. Son dos películas de más de dos horas cada una, y, después de llegar a casa a las diez y cenar, mi cuerpo sólo puede aguantar una dosis bastante limitada de cine mudo. Pero que nadie me malinerprete: al igual que el libro, la película de Lang es una maravilla, y cada uno de sus fotogramas, con algunos de los cuales he ilustrado esta entrada, es de una abrumadora y casi insultante belleza. Así que aquí tenéis una muestra de esos fotogramas, y aquí, la peli enterita (DESGRACIADAMENTE, LA PRIMERA HA SIDO ELIMINADA Y LA SEGUNDA NO TIENE MÁS QUE PURA PROPAGANDA NAZI). A disfrutar.



lunes, 5 de noviembre de 2012

El Kalevala, de Elias Lönnrot



¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué hago perdido en medio de este bosque de abedules y abetos, entre alces, osos, lobos y águilas? ¿Qué pinto yo navegando por lagos y ríos repletos de gigantescos lucios? ¿Y qué es este extraño objeto que tengo en las manos?
Recapitulemos.
Todo empezó con Montanelli y su Historia de Roma, a la que siguieron los Anales de Tácito y el Farsalia de Lucano. La constantes referencias en esos libros a las alianzas y guerras entre romanos y armenios me llevaron a Armenia en prosa y en verso, de Ósip Mandelstam. En ese libro quedaba más claro que en ningún otro cómo, para el gran poeta ruso, los asirios eran la encarnación del mal, lo que me hizo interesarme por aquella civilización milenaria. Me zambullí entonces de lleno en La epopeya de Gilgamesh, lo cual reavivó en mí el gusto por los grandes poemas épicos nacionales. Así, cuando en la biblio vi esta edición del clásico finés, no me lo pensé dos veces, y tan grata fue la experiencia que ahora estoy deleitándome con el Cantar de los nibelungos.
Como veis, el camino no ha sido del todo recto sino más ben un zigzag a veces un poco forzado. Pero eso sí, estoy saboreando hasta el último recodo.

La región de Carelia, escenario del Kalevala. Tal que así lo imagina el lector

La cultura finesa es relativamente desconocida entre nosotros. Ello se debe, sin duda y en primer lugar, a la dificultad de la lengua, una de las cuatro lenguas oficiales de la UE que no pertenecen a la familia indoeuropea. Además, se trata de un país de apenas cinco millones y medio de habitantes, de los cuales la mitad, hasta mediados del s. XX, se dedicaban a la agricultura. La posición del país como uno de los más prósperos de Europa es, pues, muy reciente. También es reciente la historia de Finlandia como estado independiente, dado que durante ocho siglos formó parte de Suecia, y a continuación, del Imperio Ruso.

Curiosamente, fue la Revolución de Octubre y su Declaración de los Derechos para los Pueblos de Rusia la que llevó la independencia a Finlandia por primera vez en su historia. La rapidez en hacer uso de ese derecho antes de que Rusia cambiara de opinión se debió, entre otros, al ingente trabajo previo de Elias Lönnrot, que, con su pasión por la lengua finesa, contribuyó de manera notable al movimiento nacionalista finés. De hecho, se considera que el Kalevala, su obra cumbre, fue una pieza decisiva en la formación del sentimiento de identidad nacional finés.
Lönnrot, aparte de médico y reconocido botanista, era un apasionado de la filología y la poesía tradicional popular. Tanto es así que un buen día hizo la maleta y se puso a patearse el país de arriba abajo en busca de material para la Sociedad de Literatura Finesa, creada en 1831.

Estatua de Elias Lönnrot y Väinämöinen, en Helsinki

Lönnrot fue así recopilando fragmentos del Kalevala, que le llevaron a publicar una primera versión de la obra en 1835, conocido com El Viejo Kalevala. El Kalevala que conocemos hoy es considerablemente más extenso que aquél, dado que Lönnrot no dejó de investigar y recopilar material. Así, tras la publicación de la primera versión de la obra, realizó cinco viajes más, hasta completar once en total, a lo largo de quince años. Arhippa Perttunen, Juhana Kainulainen u Ontrei Malinen son algunas de las personas que pasaron a la historia por cantarle a Lönnrot fragmentos del poema.

Arhippa Perttunen

Respecto a la obra, digamos en primer lugar que el Kalevala me confirma en mi teoría de que los grandes clásicos no son sólo accesibles y enormemente amenos, sino que además parecen dirigidos primordialmente al lector juvenil, cuando no infantil. Una vez más, se equivocan quienes piensan que obras como ésta son sólo aptas para eruditos y otros bichos raros. La lectura del Kalevala me ha producido una impresión parecida a la que tuve cuando leí el Orlando Furioso: lamentar no haberla leído muchísimo antes.

La venganza de Lemminkäinen, de Nikolai Kochergin

El Kalevala está considerado una epopeya nacional. Sin embargo, el lector no tarda en percibir que esta maravillosa obra está más cerca de los cuentos de hadas que de de la Ilíada, el Cantar de Mio Cid, o el Cantar de los nibelungos. De hecho, en muchos momentos tenemos la sensación de que lo que estamos leyendo no es sino un larguísimo cuento de hadas.
Así, magia y fantasía están presentes en cada verso de la obra, que, pese a estar fuertemente influida por el cristianismo, parece estar asimismo imbuida de creencias animistas y chamánicas y de una concepción de la palabra como poderosa obradora. Nos dicen Joaquín Fernández y Ursula Ojanen en su interesantísima e imprescindible introducción:

El objeto de la magia (...) era el conocimiento de las "palabras de origen", es decir de aquellos términos que por el solo hecho de nombrar cosas, fenómenos, los explican sin más, y los explican suficientemente. (...) Nombrar las cosas es crearlas, integrarlas en el espacio interior y exterior del ser humano. (...) [El Kalevala] incluso llega a convertir la búsqueda de la palabra mágica en acción, propiciando aventuras y desventuras cuya finalidad es el halazgo de ocultas fórmulas, sortilegios, invocaciones, palabras en suma, que revelen el origen de las cosas...

Como muestra  de lo dicho, leamos las primeras líneas del poema:

Me está rondando un deseo,
la idea viéneme a la mente
de comenzar a recitar,
declamar términos sagrados,
entonar cantos familiares,
viejas canciones de la raza;
palabras fúndense en mi boca,
palabras que cayendo lentas,
precisas llegan a mi lengua,
entre los dientes se disipan.

A partir de este momento, asistimos al mito finés de la creación, donde la Hija del Aire baja al mar y, fecundada por el viento y las olas se finge la madre de éstas. Llega entonces un pato que construye su nido y pone los huevos sobre la rodilla de la madre del agua. De ahí resbalan, se rompen en pedazos y éstos se convierten en la tierra, el cielo, el sol, la luna y las nubes.

Antero Vipunen, el gigante que vive enterrado en el bosque

En el mágico mundo del Kalevala, animales y árboles hablan con los héroes, que a su vez pueden ser descuartizados y resucitar mediante conjuros, o pasarse una temporada tan ricamente en el estómago de un gigante. Escuchad si no a Väinämöinen hablando desde el interior del gigante Antero Vipunen:

Pues yo me encuentro bien aquí, 
resúltame grata la estancia;
el hígado reemplaza al pan,
el sebo le da gusto al hígado,
los bronquios hacen buena sopa,
las grasas un sabroso plato.
Ahora voy a instalar mi yunque
de tu corazón en la carne,
a dejar caer el martillo
en tus partes las más sensibles,
para que no te escapes nunca
sin haberme dado las fórmulas,
los poderosos exorcismos...

Väinämöinen y su kantele. Qué difícil resulta elegir sólo uno de los incontables retratos e imágenes que ha inspirado el héroe del Kalevala.

Los personajes, arquetipos que nos recordarán a otros mitos clásicos, son para la cultura finesa como de la familia. Desde el héroe principal, el barbudo Väinämöinen con su música mágica, hasta Mana, la deidad de la muerte, pasando por el ligón Lemminkäinen o el desdichado Kullervo y su trágico destino, son todos tan interesantes que uno disfruta leyendo simplemente el índice de nombres. 

Kullervo, de Akseli Gallen-Kallela

Por su parte, la historia muestra en todo momento su carácter de epopeya "popular" más que "nacional", al carecer de "una estructura dramática principal que se impone clara e ininterrumpidamente a los elementos secundarios por inesenciales, anecdóticos o simplemente triviales." En otras palabras, a diferencia, por ejemplo, de la Ilíada o el Cantar de los Nibelungos, ambas con una línea argumental básica muy sencilla y definida, el Kalevala está compuesto de cientos de historias y episodios sueltos unidos por la relación entre los personajes y, sobre todo, por el buen hacer de Lönnrot, quien, además de recopilar los versos, se entregó a la ingente tarea de construir con ella una historia que tuviera unidad y coherencia. Pero en cualquier caso, resulta tan difícil como inútil intentar resumir el argumento prncipal de la obra. El Kalevala es una obra para leer, releer, disfrutar, estudiar y vivir.

"Existe una literatura kalaevaliana, una música kalevaliana, una pintura kalevaliana, y, sobre todo, un "sentir" kalevaliano que impregna todos los ámbitos del espíritu nacional."

Disfrutad aquí de una breve versión del Kalevala en imágenes.
El Tío Gilito encuentra el sampo, en La búsqueda del Kalevala

No podía pasar por alto la mención a la constante presencia de un misterioso objeto con extraños poderes, que nunca son del todo revelados. Se trata del sampo, una especie de molinillo mágico que producía grano, sal y moneda. La naturaleza del sampo sigue siendo, aún hoy, un misterio para antropólogos, historiadores y kalevalistas.

Finalizado el tercer día,
Ilmarinen se asomó a ver
el fondo ardiente de la fragua;
el sampo estaba ya forjado,
surgía la cubierta ornada.
El gran martillador eterno
púsose a batir el metal,
a golpearlo con ardor;
así forjó el famoso sampo,
también molino que molía
harina, sal y hasta moneda.

Remitiéndonos de nuevo a la introducción:

¿Es el sampo un símbolo del sol, de la fertilidad de la tierra?, ¿una superación imaginaria de los entonces rudimentarios instrumentos de explotación agríola, algo así como un avance tecnológico? Poco importa. La función que cumple como objeto de discordia, de persecución, eleva a un alto tono la tensión dramática de muchos episodios, y eso basta.

La forja del sampo, de Joseph Alanen

Como ya he señalado, la influencia del Kalevala en la cultura y la sociedad finesa, tanto a lo largo del siglo XX como hoy en día es inmensa. En música, sin ir más lejos, existen grupos de rock y heavy metal fineses cuyas canciones están basadas en historias del Kalevala. Pero esta influencia ya se dejó sentir hace más de un siglo, cuando el gran compositor finés por excelencia, Sibelius, compuso varias de sus obras sobre motivos y personajes del Kalevala. Una de sus primeras composiciones fue Kullervo, uno de los personajes más trágicos de la obra, y a quien ya me he referido antes. Os dejo con él.



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