viernes, 30 de diciembre de 2011

Restos de temporada 2011

Esto de mantener un blog puede ser agotador. Quizá debería hacer como otros, que leen tanto o más que yo, pero publican menos entradas. Dicho de otra manera, sacrifican la cantidad por la calidad. Sin embargo, dado que, en el fondo, este blog no es más que mi diario de lecturas, me gusta consignar en él todo lo que leo. Así que aquí viene una lista de libros leídos este año a los que, por vagancia, falta de tiempo, o incapacidad de decir nada inteligente, no les he dedicado la entrada que merecían y tienen que conformarse, en algunos casos, con una triste línea.


Leer a Dostoievski me rejuvenece. Hubo un tiempo en que uno leía y se entusiasmaba y gritaba a los personajes: "¡sí! ¡es así! ¡yo te entiendo! ¡sé cómo te sientes!" Este libro nos devuelve a aquellos tiempos. Leyendo las desventuras del viejo funcionario Makar Alekséievich o las de la huerfanita Varinka es difícil no sentirse otra vez como un adolescente: triste y confundido, pero lleno de pasión.


Retrato de la vida en la ciudad soviética de los años 20. Toque de genio en breves relatos sobre funcionarios corruptos, antiguos aristócratas de incógnito, borrachines y odio entre vecinos. 


Con esta novela gráfica se dio a conocer Alfonso Zapico. Llegar y besar el santo, dado que con ella ganó el Prix BD Romanesque en Francia. Zapico, que es un enamorado de la gran novela rusa y francesa del XIX, creó una obra de gran interés y sencilla lectura sobre unos temas tan profundos como universales: el valor, la traición, el perdón, nuestra condición humana por encima de nacionalidades, y la cultura como la vía hacia nuestra plena realización como personas.
El dibujo de Zapico, sencillo, efectivo y sin florituras de diseño, me ha recordado a las ilustraciones de Hergé aunque con un trazo, ¿cómo decirlo?, algo más cálido y humano. Uno se da cuenta de que el autor siente verdadero cariño por sus personajes, en especial por Bertenev, el despistado profesor, liberal y humanista, incapaz de matar una mosca y reclutado prácticamente a la fuerza; pero también por el capitán Townsend, tan zafio como fiel a sus principios; o incluso por el despiadado Golitnicheff, el superior de Bertenev, que jura vengarse de la traición de su subordinado.
Una estupenda lectura.


Esta excelente recomendación de Ricardo empieza como una historia de amor en los años del nazismo y la guerra. Narrada con gran sensibilidad sin caer jamás en la sensiblería, tiene muchos puntos en común con Berlín, otra fascinante crónica del auge del nazismo.
Sólo se me ocurre un pero a esta novela gráfica: ésta es la primera parte, publicada en 2002, y a saber cuándo se publicarán en castellano los tomos restantes.


Como ya he dicho en alguna otra ocasión, leer la obra maestra de un autor antes que toda su obra anterior es un error: todo lo demás nos sabrá a obra menor. Me sucedió, entre otros, con Sebald y Austerlitz, con Murakami y la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (aunque algunos dicen que 1q84 es mejor), y con Joe Sacco.  Palestina. En la franja de Gaza es una muy buena novela gráfica, pero no ha dejado de parecerme un preámbulo a la extraordinaria Notas al pie de Gaza. Como en esta última, Sacco nos ofrece unos retratos de los personajes con los que se encuentra y comparte vida, casa, café, chaparrones o comida, pero nunca calzoncillos, y los convierte, para el lector, casi en amigos de la familia. Y de nuevo, es de agradecer la ecuanimidad de Sacco al retratar el conflicto palestino-israelí, pese a en ningún momento ocultar su simpatía por la causa palestina. 
La fijación de Sacco por las dentaduras es quizá aquí más acusada que en Notas...


Llegué a este libro tras la lectura de El regreso del húligan; me parecía una manera interesante de seguir explorando la Rumanía de Manea, Eliade y Sebastian y su literatura. Desgraciadamente, y a juzgar por este libro, Eliade, como autor de ficción, me pareció, si no malo, sí bastante coñazo. Es una pena, porque la premisa inicial de algunas de las historias era bastante interesante. Sin embargo, la lectura se hace farragosa y tediosa por culpa de un estilo pomposo, sobrecargado, y lleno de un seudomisticismo bastante soso. De las cinco historias, me quedé a mitad de la segunda.


Sólo recuerdo dos cosas de este libro: que no entendí ni jota y que me gustó mucho.


En mi aún no tan lejana juventud leí El sueño de los héroes, libro que me maravilló. Esa novela y un par de colecciones de cuentos era todo lo que había leído de Bioy Casares, por lo que desde hacía tiempo tenía muchas ganas de leer el que nos ocupa. Se dice, además, que Borges calificó La invención de Morel como "una novela perfecta". Ahí es nada. Sin embargo, aunque no era muy aficionado a las boutades, me temo que aquí se le escapó una, tanto peor cuanto que viene del profeta de la reescritura infinita, que es otro modo de decir que no existe la obra perfecta.
Con una boutade hay suficiente, así que no voy a decir que La invención... no es una buena novela (aunque sí afirmo que está muy lejos de la "perfección"). Parte de una idea muy interesante, y es innegable que el trasfondo filosófico tiene mucha enjundia. ¿El problema? Pues que a pesar de su brevedad, se hace laaarga. La culpa de ello la tiene, en parte, la, para mí, imperdonable falta que comete Bioy Casares (pese a que son legión los escritores que tienen este vicio), a saber, regodearse en tediosas descripciones de lugares imaginarios, y en este caso, incluso de máquinas fantásticas. 
Mientras leía La invención... se me ocurría que, con tantos dobles atardeceres, con tantos paseos, con tantos encuentros sin palabras entre un hombre y una mujer, y con la ya mencionada enjundia filosófica, algún director de cine francés debió de llevar la novela al cine en los años 60. Bingo. Y no fue sólo uno sino dos, Alain Resnais y Claude-Jean Bonnardot. Porque el libro es así, como una peli de la nouvelle vague.


Una gota más de leche que Acantilado ha conseguido exprimir de la ubre Zweig. Breve historia que, con el tamaño de letra adecuado, puede alargarse hasta las 60 páginas que justifiquen la publicación de esta historia por separado. Se trata de una historia sobre el tema del doble, (en su variante opuestos-complementarios), que, por su trama, podría haber sido sacada del Decamerón. Narrada con la habitual maestría y profesionalidad de Zweig, no deja de ser, a mi juicio, una historia menor del autor vienés.


Fup, una especie de palabrota suavizada, en español se tradujo como Jop. Esta novelita (o, como la subtitula el autor, "fábula moderna") tiene un comienzo absolutamente desgarrador, aunque pronto se encauza por el camino de lo entrañable, con unos personajes divertidos e interesantes. Se trata de una historia original y sencilla, de ambiente rural y protagonizada por personajes al margen de la sociedad. Como se señala en la introducción, quizá "fábula" no es el término adecuado, y se acerca más a la parábola, aunque los escasos pero evidentes elementos sobrenaturales nos alejan también de ese género. Tenemos abundancia de detalles, símbolos, imágenes y sugerencias, desperdigados por aquí y por allá de manera tal que parecen iluminarnos el camino pero que, de hecho, lo hacen más enigmático e interesante. No me ha despertado el fervor casi religioso que inspira a la mayoría de sus lectores, pero creo que eso se debe a que no lo he leído en el momento adecuado.
Muy interesante prólogo, y una entretenida entrevista de Kiko Amat al autor. Muy cuidada edición de Captain Swing, con preciosas ilustraciones, donde, una vez más, la revisión de la traducción se la han encargado a la señora de la limpieza (con todos mis respetos; mi madre lo fue muchos años). Nombres propios que cambian, que a veces se traducen y a veces no, y un dolorosísimo "inflingido" del que todavía me estoy recuperando.

Os deseo un feliz fin de año y que 2012 sea mejor para todos. 

viernes, 23 de diciembre de 2011

Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán


Hay una generación de escritores hispanoamericanos, en la que se encuentran, por citar unos nombres, César Aira, Juan Villoro, Rodrigo Fresán, Rodrigo Rey Rosa o Jorge Volpi, que goza hoy de gran prestigio entre los autores en lengua española. Quizá con el paso del tiempo estamos empezando a ver a Roberto Bolaño como, no sólo la figura más destacada de dicha generación, sino también su alma mater; desde luego, los ecos de su influencia son de largo alcance, y además se trata del único que ha logrado, de manera póstuma, un mayor reconocimiento y popularidad en otros mercados (o dicho de otra manera, tiene a sus difuntos pies a mercado, público y crítica anglosajona). Me da la impresión, sin embargo, de que no son pocos los lectores de mi generación (es decir, de los que mamamos del boom) que se miran a estos escritores con cierto recelo, cuando no rencor, como diciendo "por muy bien que escribáis, nunca seréis tan buenos como ah mi adorado Garcíamárquezcortázarfuentesdonosovargasllosa." Confieso que yo mismo me he acercado a ellos con mucha prudencia, y en algún caso he salido escaldado, como cuando, espoleado por los elogios de Bolaño a Juan Villoro, decidí darle a éste una oportunidad (= un libro) y, sencillamente, no pude con él. 


Otro de los autores elogiadísimos por Bolaño es el argentino Rodrigo Fresán. Así que el otro día en la biblioteca, huérfano de lecturas como estaba tras La novela de Ferrara, me cogí este libro suyo junto a otros cinco de otros variopintos autores y géneros, me senté a hojearlos y a ver qué pasaba. Y como nada sienta tan bien como soltar un cliché con convicción, aquí va éste: Jardines de Kensington me enganchó desde la primera página y ya no lo pude dejar. Esta novela, sencillamente, me ha deslumbrado.

La estatua de Peter Pan en Kensington Gardens, erigida con nocturnidad, nunca dejó de desagradar a Barrie, porque, según él, no mostraba al diablo que Peter lleva dentro

Simplificando mucho, se podría decir que Jardines... narra la vida de J.M. Barrie, el autor de Peter Pan, desde el punto de vista de Peter Hook (así se llama, nada menos, el narrador), ficticio autor de literatura infantil y creador de la saga de Jim Yang. Desde el primer momento queda claro el paralelismo no sólo entre los dos personajes, Peter Pan y Yang, sino entre sus autores, así como, algo menos obvio, las dos épocas en que transcurre la historia, la época victoriana y los 60. 
Peter Hook, hijo de un matrimonio que formó un grupo de música tan olvidable como curioso (el padre se empeñó en reivindicar, en pleno esplendor de la beatlemanía, los valores victorianos a través de su música), crece, huérfano desde su más tierna, en una enorme residencia llamada Neverland, es decir la residencia que Barrie creó con su imaginación. Así, más que un paralelismo entre las dos vidas, lo que tenemos es el haz y el reverso de la misma. (Naturalmente, a Neverland le corresponde un siniestro Alwaysland). Este juego de diferentes perspectivas tiene un tono decididamente oscuro: la historia principal tiene lugar a lo largo de una noche, y Hook no se dirige al lector, sino, gran acierto de Fresán, a Keiko Kai, un niño que lo acompaña en unas circunstancias que no voy a revelar aquí.
Es cierto que la elección de los nombres, de tan significativa que es, peca de obvio. Peter Hook es, huelga decirlo, resultado de unir Peter Pan y el Capitán Garfio (Hook), mientras que Jim Yang, el niño eterno que atraviesa el tiempo en una cronocilceta, representa el yin y el yang. Sin embargo, aunque los nombres quizá nos sugieran más de lo necesario, eso no resta ni un ápice de interés y profundidad a la novela.
Se han escrito y filmado numerosas recreaciones del mito de Peter Pan, y quiero dejar claro que ésta no es una más. Fresán es muy consciente de que lo que está haciendo va mucho más allá. Así, ha cogido el mito, lo ha estudiado, desmontado, ha analizado sus  componentes y los ha vuelto a combinar con una fórmula distinta. El resultado es una apasionante reflexión sobre la infancia, la inocencia, el peso del pasado, la familia, la culpa, la imaginación y la lectura como salvación, la escritura, la muerte, la gloria efímera y la condena de la eternidad... con momentos inolvidables, como el encuentro entre Yang y Peter Pan, una escena brevísima, pero de una increíble fuerza y maravillosamente perturbadora.

Tres de los hermanos Llewelyn Davies, objeto de la devoción de Barrie

Sorprende no sólo el impresionante trabajo de documentación que ha llevado a cabo Fresán, y que resulta en un fascinante relato de la vida de Barrie, sino también que en una obra que debe tanto a una biografía real, destaque de la manera que lo hace la fabulosa imaginación del autor. Esto se debe, a mi juicio, no sólo a la brillantez de los elementos claramente ficticios, sino sobre todo al magistral uso de la voz narradora. En efecto, otro de los grandes aciertos literarios del autor ha sido la elección de un narrador como Hook, complejo, oscuro y plenamente consciente de ser una especie de alter ego mutante  de Barrie, con el interesante foco que un personaje así nos ofrece sobre el aún más interesante autor de Peter Pan

Barrie y su San Bernardo Porthos

No voy a extenderme aquí sobre Barrie, porque desde luego su vida merece mucho más espacio. Sí señalaré, no obstante, que hoy nos cuesta imaginar la popularidad de la que llegó a gozar (llegó a ser nombrado Caballero del Reino), las amistades que llegó a cultivar (George Bernard Shaw, Chesterton, A.A. Milne, Arthur Conan Doyle, P.G. Woodehouse, Robert Louis Stevenson -a quien nunca llegó a conocer en persona-, o incluso a la actual reina Isabel II o su hermana Margaret, a las que, de niñas, les contaba cuentos), la expectación que levantaban los estrenos de sus obras teatrales, lo prolífico que llegó a ser, y el nivel de vida del que le permitió disfrutar su obra más conocida. Su vida estuvo marcada, además de por la muy temprana muerte de su hermano David, por la relación que mantuvo con la familia Llewelyn Davies, relación que dio lugar, entre secretos, pecadillos, traumas, frustraciones y un amor desmedido, al libro que cambió la vida de Barrie y de todos los Llewelyn Davies. Todo ello y más, narrado con maestría por Fresán en esta, insisto, gran obra de ficción.

martes, 13 de diciembre de 2011

La novela de Ferrara, de Giorgio Bassani


Ésta es una de esas obras maestras que nadie parece haber leído. Naturalmente, no es la única (ahí está el incombustible Proust), pero en este caso hay una pequeña diferencia, y es que además, nadie parece haber oído hablar de ella. La publicó Lumen hace unos años, y recientemente DeBolsillo ha hecho lo propio con una edición más asequible. La he leído con un enorme y casi interminable placer (casi mil páginas de vellón) y, por más que busco reseñas en publicaciones y otros blogs, las referencias que hay son relativamente escasas. No sé si esto se debe a un fallo de márketing por parte de la editorial, si les ha fallado el boca-oreja (¿no se decía antes "de boca a boca?; esto del boca-oreja me suena a fetiche poco excitante), o si es que, con Calvino, Buzatti, Eco y Baricco, ya tenemos lleno el cupo de autores italianos. Pues no sabe la gente lo que se pierde. 


La novela de Ferrara es la obra magna de Bassani, y consta de seis libros que éste fue publicando a lo largo de más de 30 años. Como su propio título indica, todas las historias suceden en Ferrara, que, a pesar del tono marcadamente autobiográfico que tiene el libro, no es la ciudad natal del boloñés Bassani. 
Aparte del primer libro, Cinco historias ferraresas (título con el que se publicó, a mi juicio más acertado que Intramuros, que tenemos aquí), en el que en ocasiones nos remontamos a finales del s. XIX, la novela, en su mayor parte sucede en el periodo que va desde mediados de los años 30 hasta los inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una época que, para el autor, judío, y su familia y amigos, no está tan marcada por la guerra en sí (por ejemplo, apenas se habla de personajes que fueron a luchar al frente), como por las terribles Leyes Raciales promulgadas por Mussolini en 1938, así como por el constante enfrentamiento entre fascistas y comunistas, y las venganzas que tuvieron lugar con los vaivenes en el poder.

A modo de curiosidad, mencionaré un par de las bases del manifiesto sobre las Leyes Raciales:

-  Existe ahora una pura "raza italiana". (Las comillas no son mías. Me maravilla ese genial "ahora").

- Es hora de que los italianos se proclamen francamente racistas. (No sé si será debido a la traducción, pero ese "francamente", ¿no está a la altura del "ahora" del punto anterior?)

En su histórico discurso en Trieste, en 1938, Mussolini anunció la instauración de las Leyes Raciales

Bassani combina de manera ejemplar las pequeñas historias de su familia y de Ferrara con la historia de Italia en la primera mitad del s. XX. Y cuando uno empieza a investigar los nombres y referencias históricas que aparecen, se encuentra con personajes como Giacomo Matteotti, líder del Partido Socialista y visceral antifascista, que, tras un histórico discurso en el que denunciaba las ilegalidades que habían llevado al partido fascista a la victoria, fue secuestrado, torturado y asesinado por seis squadristi fascistas. Este suceso provocó tal conmoción que estuvo a punto de acabar con Mussolini. De la noche a la mañana, dejaron de verse distintivos fascistas, y el despacho del Duce dejó de recibir visitas. La oposición abandonó la cámara durante varios meses en la llamada "secesión aventina", pero no tuvo fuerza, valor o tenacidad para dar un paso más, y todo quedó en un gesto. Lejos de verse perjudicado, Mussolini aprovechó la debilidad de las fuerzas opositoras para dar un golpe de efecto y consolidar su poder. En primer lugar, como lider del movimiento fascista, reconoció su responsabilidad en el asesinato (aunque no admitió nunca haber dado la orden), y a continuación retó a quien se atreviera a llevarlo a juicio. Ante la enclenque resistencia que se le opuso, poco después abandonaba toda idea de trabajar con el Parlamento e instauraba su régimen autoritario.
El hallazgo del cadáver de Giacomo Matteotti

Como decía anteriormente, La novela de Ferrara consta de seis libros. Cada uno de ellos puede leerse por separado, pero juntos forman un impresionante retrato histórico-social, con el placer añadido que siempre supone para el lector ver cómo determinados personajes, o sus ecos, reaparecen aquí y allá, lo que confiere a la obra un sentido de unidad y continuidad que quien los lea por separado no apreciará.
Bassani, que vivió de forma discreta, dedicado a la literatura y sin meterse con nadie, pero que tuvo la desgracia de que a su muerte, en 2000, su familia lo estropeara todo con feas disputas por un devuélveme allá esa herencia, Bassani, decía, fue un extraordinario narrador. Las historias que conforman el libro primero, Intramuros (también publicado como Cinco historias de Ferrara), son de lo mejorcito que he leído en mucho tiempo. La capacidad de observación, el retrato psicológico, el cuidado por el detalle, la escritura clara y transparente pese a la abundancia de largas frases y digresiones, son las de un grande de las letras. Algunas de estas historias son absolutamente inolvidables, como la que nos retrata el regreso de Geo Josz del campo de concentración, o la vida clandestina de Clelia Trotti, o la de la matanza que pudo ver desde su balcón el farmacéutico Pino Barilari, matanza que se entrelaza de manera magistral con su sorprendente matrimonio con la despampamnante Anna Repetto, o el magistral comienzo de la historia sobre el doctor Corcos. 
Asombra la capacidad de Bassani de ofrecernos casi mil páginas de historias con tantos elementos en común, y al mismo tiempo tan diferentes estilísticamente. El lector nota que, cuando escribió Intramuros, Bassani todavía no había concebido el gran ciclo de Ferrara. Estas primeras historias, breves, de unas 40 o 50 páginas, todas centradas en diferentes personajes, distan mucho de las siguientes. Con Los lentes de oro, la conmovedora y trágica historia del doctor Fadigati, Bassani empieza a encontrar su estilo, de frases más sencillas y clásicas que en el primer libro; Detrás de la puerta a primera vista se nos antoja la historia que más flojea, aunque uno piensa que el libro hace honor a su título y sugiere más de lo que revela; La garza, extraordinaria crónica de un día en la vida del terrateniente Limentani, desencantado de la vida, atemorizado por el creciente envalentonamiento de los campesinos, y que se ha cansado de dejarse llevar; o El olor del heno, donde nos encontramos con unos relatos mucho menos "tradicionales", que a veces dan la sensación de no ser más que bocetos, como si el autor quisiera decirnos "podría escribir mil páginas más si quisiera; material no me falta", y donde también nos ofrece un interesantísimo comentario sobre las novelas que acabamos de leer.


Observaréis que, en este somerísimo repaso, me he dejado El jardín de los Finzi-Contini, la más conocida de las obras de Bassani, considerada por muchos su obra maestra, y que la adaptación de Vittorio de Sica contribuyó a popularizar todavía más. Supongo que no le falta nada para ser obra maestra: está exquisitamente bien escrita, tiene unos personajes interesantes, complejos, creíbles, retratados con sensibilidad y está maravillosamente bien estructurada. Se abre con un conmovedor prólogo en el que el narrador visita el cementerio de los Finzi-Contini y nos desvela el trágico final de la familia. Todo lo que viene a continuación, hasta el epílogo, es un soberbio flashback, que culmina en una conversación de padre a hijo desarrollada de manera impecable y en el momento justo para conducirnos al tramo final de la historia. En suma, es todo un modelo de cómo se escribe un libro, y sin embargo, y aunque la he disfrutado muchísimo, no me ha dado tanto placer como Intramuros, Los lentes de oro o La garza. ¿Por qué? En primer lugar, por cuestiones ajenas al libro, mi lectura ha sido bastante fragmentada. En segundo lugar, y como señalo, me ha parecido que es una novela que tiene todas las características de una obra maestra, ha respondido plenamente a las altísimas expectativas que tenía, y quizá por ello, paradójicamente, no me ha sorprendido tanto como las otras. Y es que esto de la lectura, sobre todo con libros de esta envergadura, puede producir depresión postcoital.
Y si de la obra maestra de Bassani digo que no me ha gustado tanto como las otras novelas del ciclo, lo que quiero decir es que este libro es una auténtica joya.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Música klezmer

Hace algunos años, cuando mi mujer volvió de Jerusalén, de la boda de un familiar (a la que, maldita sea mi suerte, yo no pude asistir), vino contando maravillas de la música que amenizó el evento (¡con lo poco musical que es mi mujer!). Así que yo me dirigí a ese paraíso de la música que es la pequeña tienda Etnomusic de Barcelona (c/ Bonsuccés, 6) y le pedí al dueño que me recomendara algo del tipo de música judía que suele tocarse en las bodas, para regalárselo a mi mujer. El dueño, un argentino cuyo nombre no recuerdo, auténtico experto en lo que se ha dado en llamar con el estúpido nombre de world music, me dijo "tú lo que buscas es música klezmer". Y de este modo conocí al argentino Giora Feidman, uno de los mejores clarinetistas del mundo, a quien, según luego descubrí, ya había oído en La lista de Schindler. Compré su álbum Yiddish Soul, del sello World Network, que nunca falla, se lo regalé a mi mujer, y desde entonces es una de las joyas de mi colección personal.
Y así comenzó mi idilio con el klezmer.


Según algunas definiciones, la música klezmer nació cuando los judíos del este de Europa emigraron a América, en las últimas décadas del s. XIX y principios del XX, llevando allí su música, mientras que otros sostienen que el encuentro con el jazz representó su evolución, y no su origen. De acuerdo con estas últimas opiniones, el klezmer ya estaba plenamente desarrollado cuando los klezmorim, los músicos judíos askenazíes, amenizaban con su música diversos tipos de festividades en Rusia, Ucrania, Polonia y otras zonas de la Europa central y del este.
Dave Tarras, probablemente el músico klezmer más famoso del s. XX, es un ejemplo perfecto de esta historia del klezmer. Nacido en Ucrania en 1884, emigró en 1921 a Nueva York, donde, tras una temporada trabajando en una fábrica, se incorporó a una de las muchas bandas de klezmorim de la ciudad y comenzó así su carrera como músico profesional.
El extraordinario grupo Bratsch, a quienes ya he mencionado en alguna otra entrada, continuador de las diferentes tradiciones musicales de Europa central y oriental, interpreta en esta ocasión uno de los temas más conocidos de Tarras, su "Freilach"(en realidad, y como habréis observado en el anterior vídeo, el freilach, "festivo" en yidish, es uno más de los muchos bailes klezmer).


Sea como fuere, el encuentro entre música yidish tradicional y jazz se produjo, y me imagino que se habrán escrito libros sobre la influencia del klezmer en el género del musical americano.
Una de las canciones klezmer más populares y que ha tenido más versiones en los EEUU es "Bei mir bist du schein" (también schön, scheyn, schayn...), que aquí podéis disfrutar en la voz de Ella Fitzgerald.


Y aquí tenéis la versión clásica yidish, interpretada por André Ochodlo, de quien hablaré más adelante.


El klezmer adoptó ritmos de Rusia, Hungría, Ucrania, Bulgaria o Polonia, pero sobre todo fue influida por la música gitana de Rumanía, de la que en ocasiones es difícil distinguirla. En la siguiente pieza, de Abe Schwartz, ritmo y melodía podrían encajar perfectamente en el repertorio de cualquier banda de música gitana rumana, y sólo el clarinete, típico del klezmer, poco habitual en la música gitana, nos da la clave.


De esta convivencia e influencia mutua entre gitanos y judíos, qué mejor ejemplo que este fragmento de la película Tren de vida (que espero poder conseguir muy pronto), de nuevo con banda sonora del gran Bregovic. Duelo musical entre gitanos y judíos.


Naturalmente, el klezmer no es únicamente una música festiva. De hecho tiene un fuerte componente religioso, dado que en sus orígenes se basó, en parte, en la música litúrgica de la sinagoga. Sus melodías, profundamente evocativas y llenas de sentimiento y pasión, pueden llegar a ser tristísimas, o pasar del éxtasis al lamento en unas pocas notas, como en esta bellísima pieza, otra vez, del gran Giora Feidman.


Kroke (Cracovia en yidish) es un trío polaco de música klezmer. Ellos mismos dicen de su música que está profundamente arraigada en la tradición judía, influida por la música de los Balcanes, y posteriormente enriquecida a partir de la tradición oriental, de la India en particular, así como del jazz (en estos últimos años, sin embargo, han decidido volver a la pureza de los orígenes). Su música es absolutamente cautivadora y verlos en directo debe de ser algo increíble.


Hace unos años, mi mujer y yo hicimos un inolvidable viaje por Europa central, en el que lo que más nos impresionó y fascinó fue Polonia. Entre otras cosas, nos llamó la atención el intento de revitalización de la cultura judía, desde Cracovia hasta Varsovia, pasando por Zamosc o Lublin, y el modo en que dicho intento parece condenado a quedarse en eso nada más. Había restaurantes judíos, museos judíos, música judía... pero ¿judíos? La verdad es que fuera de las pocas sinagogas activas que había, no nos dio la impresión de que hubiera una comunidad judía significativa. Y nos preguntamos, ¿volverán los judíos de nuevo a Polonia, o tendremos que admitir que el señor del bigotito ganó parte de su gran cruzada, una Polonia sin judíos?
El caso es que estábamos en uno de esos restaurantes judíos, cuando yo oí una música hermosa, melancólica, muy triste. Fui al camarero y le pregunté qué música era y él me enseñó la carátula del álbum Shalom, de André Ochodlo, que luego busqué sin parar hasta que por fin lo encontré en Varsovia.
André Ochodlo, nacido en Alemania, es, además de actor y director de teatro, un cantante dedicado a recuperar la música yidish polaca, y tiene canciones tan bonitas como ésta, "A lid fun Sholem", un clásico del klezmer.



Me cuesta poner un límite a los vídeos que enlazo, pero llegó el final. Termino con otra pieza de Kroke y Nigel Kennedy, extraordinario violinista inglés y, por lo que averigua uno leyendo por ahí, una persona muy interesante y nada convencional. Kennedy trabajó durante varios años trabajó con Kroke y fruto de su colaboración fue el álbum East meets West. Aquí los tenéis actuando juntos en el Festival de Cultura Judía (también llamado "la Varsovia de Singer", en honor al gran escritor en lengua yidish Isaac Bashevis Singer). Shalom.



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