viernes, 25 de noviembre de 2011

Breve glosario de clichés

Observemos cómo la nieve cubre el paisaje con su manto blanco. Todo un marco incomparable.

La crítica literaria tiene en los suplementos culturales su versión clase business, mientras que reserva para las contraportadas y solapas de los libros un carácter más bien de viaje organizado. A mí, desde hace tiempo, lo que me van son los blogs, por su espíritu mochilero. (No podréis decir que no me he currado el símil, ¿eh?). En los dos primeros casos, se nos ofrece un irresistible viaje por el maravilloso mundo de los lugares comunes, y no he podido resistirme a recoger aquí y comentar algunos de ellos que harían las delicias de Flaubert.
(Y por favor, que nadie se enfade si se reconoce en uno de ellos; los clichés están para usarlos, y yo soy el primero cuya escritura está plagada de tics).

deliciosa: suele utilizarse este adjetivo al hablar de novelas breves, bien escritas, sin aparentes grandes pretensiones, con personajes entrañables y que hacen que te sientas bien con el mundo.

novela coral: dícese de la novela con muchos personajes. Este término apareció hace unos 15 o 20 años, así que la pregunta es obvia: ¿qué expresión se utilizaba antes para referirse a Guerra y Paz, Manhattan Transfer, Los Miserables...?
Nota: hace unos días leí que el Barça hace fútbol coral.

Lo mismo para un roto que para un descosido

Proust y Joyce: uno de mis favoritos. Se recurre a estos autores, a los que puede añadirse Musil en caso de urgencia, cuando estamos ante una novela larga y sesuda, llena de monólogos y que recrea toda una época, preferentemente situada en Europa. Pueden ser novelas corales, pero raramente serán deliciosas.

Proust y Joyce, versión Arguiñano: una variedad del anterior. Aquí la gracia está en combinar características de diferentes autores como si se tratara de una receta. Tiene la ventaja de que no hay límites en cuanto al tipo de autores. Ejemplo: "la profundidad de Mann mezclada con la sensibilidad de Woolf, servidas en un argumento de Borges y sazonado con la ironía de Vila-Matas..."

universos: cuando un autor tiene un estilo muy marcado, acostumbra utilizar los mismos personajes, o sitúa sus historias siempre en el mismo escenario, sea éste real o ficticio, diremos de él que "ha creado un universo propio".


novela de ideas: novela de escaso argumento y grandes dosis de Hegel, Kant y marxismo.

lleno de matices: entiéndase lo contrario de "plano"; también sinónimo de "complejo" o "impredecible". Así, cuando tenemos un personaje que en una página dice "coño" y "joder", y en la siguiente pide un café "por favor", diremos de él que es un personaje lleno de matices.


¿Tú también eres kafkiano?


kafkiano: dícese del relato en el que suceden cosas raras con pétreos burócratas de por medio.

tour de force: me pregunto cuánto tardaremos en importar esta expresión. Se utiliza mucho en las publicaciones anglosajonas, y viene a querer decir "novela larga y complicada".

¿Necesita un cambio en su vida?

me cambió la vida: éste no aparece en la crítica profesional, aunque sí podría hacerlo en una contraportada, en forma de "este libro le cambiará la vida". Digámoslo claro: la literatura puede cambiar una vida. Leer puede cambiar una vida. Los libros pueden cambiar una vida. Pero UN libro no puede cambiarte la vida. Me temo que las únicas personas que aseguran que sí es la gente que no lee mucho. De hecho, siempre que la he oído, la frase completa era "uy, oh, ah, a mí El Alquimista, de Paulo Coelho, me cambió la vida".

viernes, 18 de noviembre de 2011

El regreso del húligan, de Norman Manea


Hace unos años tuve ocasión de leer el Diario (1935-1944) de Mihail Sebastian, uno de esos libros que uno lee y no olvida jamás. En él, Sebastian tenía palabras no muy halagüeñas sobre Mircea Eliade, el célebre historiador de la religiones y uno de los intelectuales más interesantes del s. XX. Sebastian, periodista y escritor judío cuyo verdadero nombre era Iosif Hechter, lamentaba el apoyo de su hasta entonces amigo a la Guardia de Hierro, el movimiento de extrema derecha, filonazi y antisemita de Rumanía. Asimismo, nos ofrecía un retrato del país como un auténtico infierno para los judíos, situación que se agravó bajo el mandato, de1940 a 1944, del Conducator y genocida Ion Antonescu. El diario de Sebastian se publicó por primera vez en 1996, cincuenta años después de su muerte, atropellado por un camión, y causó una enorme polémica que se extendía mucho más allá de los círculos literarios. Parece que el pueblo rumano, que apenas llevaba unos años en democracia tras haber ajusticiado a Nicolae Ceaucescu y acabado con su régimen comunista, no estaba del todo preparado para recordar algunos episodios ignominiosos de su historia. El mismo autor del libro que nos ocupa, Norman Manea, fue también duramente criticado por haber publicado, en 1991, una serie de artículos bajo el título de "Felix Culpa", en el que se recordaba la relación de Eliade con el Movimiento Legionario, que es como se conocía a la Guardia de Hierro.

Mihail Sebastian, el húligan original

A lo largo de El regreso del húligan no deja ni un momento de sentirse la presencia de Sebastian. Sin ir más lejos, el título está inspirado en uno de sus libros, concretamente el también polémico Cómo me convertí en húligan, cuya historia merece la pena contarse, dado que no nos aleja del título que nos ocupa, y nos ayuda a hacernos una idea de cómo estaba el patio en Rumanía años 30. En 1935, Sebastian escribió Desde hace dos mil años, un libro sobre la condición de judío en Rumanía, y le pidió a su amigo y periodista Nae Ionescu que escribiera el prólogo. Ionescu dijo que claro hombre, que para qué están los amigos, y escribió un prólogo que desbordaba antisemitismo y en el que se afirmaba,  por ejemplo, que ser rumano es incompatible con ser judío. Sebastian decidió incluir el prólogo en el libro y aquello fue Troya: el autor fue atacado tanto por judíos (que lo veían como un cobarde y renegado) como por la extrema derecha, que no necesitaba ninguna excusa para atacar a ese agente sionista y traidor a la patria. Sebastian se convirtió así en lo que en rumano se denomina un húligan, algo así como un elemento subsersivo, y de ahí surgió Cómo me convertí.... Lo mismo le sucedió a Norman Manea, exiliado desde el 86 y vilipendiado por atacar, desde su cómodo apartamento de Nueva York y mientras el país se hundía cada día más en la miseria más absoluta, a una de las figuras sagradas de Rumanía, Eliade. (Por cierto, cómo se parece esto a la historia de la polémica sobre Doce anillos y su supuesta ofensa a la memoria de Bogdan-Igor Antonich; me pregunto si existe en nuestro país alguna figura tan sagrada como éstas).

Desfile de la Guardia de Hierro

Aunque consta de cuatro secciones, el libro se organiza en tres partes claramente diferenciadas. La primera gira alrededor de las dudas y temores de Manea ante la perspectiva de volver de visita a su país, de donde se exilió 9 años atrás. Esta primera parte me enganchó desde la primera línea, con las referencias a la historia del Mihail Sebastian, Mircea Eliade y al asesinato de Ioan Petru Culianu, un profesor universitario que fue asesinado de un tiro en la cabeza en el lavabo de la universidad de Chicago donde trabajaba. Este asesinato nunca ha sido esclarecido. Hay quien lo relaciona con tramas ocultistas; otros, con el anticomunismo del autor, mientras algunos sospechan de la Guardia de Hierro, por la intención de Culianu de someter a crítica algunos aspectos del pasado de Eliade, quien de hecho había sido su mentor. Un libro de memorias no puede tener un comienzo más prometedor.
Al cabo de un rato, sin embargo, esta primera parte adolece de un tono demasiado solemne y pomposo, y abundan las oscuras referencias a lo que va a venir 100 o 200 páginas más adelante. Y en ese momento, uno se pregunta, ¿para quién escribió Manea este libro?, y empieza a pensar lo peor: para sí mismo.
Afortunadamente, perseveré, y esta primera parte acabó un poquito antes que mi paciencia. Y entonces llega la segunda parte, que son un pedazo de memorias de las que a mí me gustan.

El Conducator Ion Antonescu, camino del paredón

Como cualquier niño de familia judía nacido en Europa Central en los años 30, Manea tuvo una infancia trágica, si bien a él le cupo la suerte de vivir para contarlo. A los cinco años fue deportado junto con su familia al campo de concentración de Transnistria del que regresó en 1945, tras la liberación soviética, valga el oxímoron. El resto de la historia cabe imaginarla: la vida de un joven judío, con inquietudes intelectuales, en Rumanía, dictadura comunista hasta el 89, con uno de los regímenes más represivos de la historia reciente de Europa. Y aquí Manea se revela como un narrador magistral. Con gran sensibilidad y nada de sensiblería, con una autocrítica a veces rayana en la violencia, con una escritura densa, con abundancia de reflexiones sobre todo tipo de cuestiones, (reflexiones que, como debe ser, no llegan a ninguna conclusión), con la angustia de un judío ateo desesperado por salir del "gueto" (entiéndase la memoria del holocausto y el victimismo de la madre), con inolvidables escenas e historias (su experiencia como líder de los pioneros hasta que tuvo que denunciar públicamente y expulsar a un amigo; la visita a su padre en prisión; la muerte de su abuelo, que presenció de niño, y la visión, segundos después y con el cadáver aún calentito, de la segunda esposa de aquél arreglándose el cabello frente al espejo) y sobre todo, con unos magistrales saltos hacia adelante y atrás en el tiempo (muy al estilo de esa otra monumental autobiografía, Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz), Manea nos cuenta su vida, la historia de su familia y la de más de medio siglo de su país.

"El dios que alumbró a Augusto el Tonto [como se autodenomina el autor] fue una mujer. No soporté su adoración ni sus preocupaciones, tampoco tengo con qué reemplazarlas. Bajó a lo más hondo y se elevó a los árboles y a las flores efímeras y al cielo opaco. Ya no está en ninguna parte, ni siquiera en la piedra fría que sin darme cuenta estoy tocando."


El histórico último discurso de Nicolae Ceaucescu, en el que fue abucheado

En la tercera parte Manea, acompañado de León Botstein (un muy interesante personaje -auténtico, huelga decirlo-, amigo del autor, director de orquesta y rector de la universidad neoyorquina donde trabaja Manea), se sube al avión y parte rumbo a Bucarest. Lo que sigue es la crónica de los once días que pasa allí. De nuevo me surge la pregunta de para quién escribe el autor. Y confirmo mis mejores augurios (¿había dicho lo peor?): para sí mismo.
Manea nos lleva de aquí para allá, visitando a antiguos amigos, calles de su juventud, nuevos restaurantes, nos apabulla con sus recuerdos, nos confunde, consigue que nos interesen hasta sus sueños, o, de manera más habitual, sus pesadillas mientras echa la siesta en el gigantesco hotel donde se aloja. Su escritura, de nuevo, bordea la pomposidad. Manea empuja al lector hacia la jaula donde sus monstruos personales se pelean con su estilo personal e intransferible, pero en el último momento se lanza él solo adentro. No le sobra ni una página. Soberbio.

"La humillación de que te definan por la negación colectiva y por una catástrofe colectiva no es algo nimio, doctor Freud. Pero no somos sólo catástrofes colectivas, cualesquiera que éstas sean. Diferentes unos de otros, somos más que eso, más y otra cosa, más y otra cosa.  (...) El sufrimiento no nos hace mejores ni héroes. El sufrimiento corrompe, como todo lo que es humano, pero el sufrimiento exhibido públicamente corrompe de manera irremediable. Sin embargo, al honor de ser vejado no se puede renunciar, y tampoco al honor del destierro. ¿Qué otra cosa poseemos salvo el destierro? El destierro de antes y de después del destierro. Las desposesiones no son deplorables, sólo preparativos para la última desposesión."

El Niño Vampiro frente al Palacio del pueblo, uno de los edificios más grandes del mundo, obra de Ceaucescu

Me fascina Rumanía (como me fascina toda Europa Central), un país cuya capital gozó de una prosperidad difícil de imaginar hoy (merced, todo sea dicho, al troceamiento y reparto de antiguos imperios que tuvo lugar tras la I Guerra Mundial), que tuvo una vida cultural riquísima, cuya capital se conocía en los años 30 como "el París de los Balcanes", y que ha dado literatos e intelectuales de la talla de Ionesco, Cioran, Eliade, Celan o el ya mencionado Sebastian. Visité Bucarest en un viaje relámpago, en 1990, camino de la Unión Soviética. Nueve meses tras el ajusticiamiento de Ceaucescu y su esposa, la ciudad me pareció el lugar más triste del mundo. Aunque yo no había viajado mucho hasta entonces, y aunque, una vez más, era probablemente demasiado joven para aprovechar culturalmente aquella increíble ocasión, jamás olvidaré la miseria, la resignación, la tristeza de la gente (excepto nuestro guía, Gigi, tan culto y alegre, que nos cantaba "Allá en el rancho grande" en el autocar), aquel monstruoso y mastodóntico hotel (¿sería el mismo en el que se alojó Manea?) donde apenas había dos huéspedes más; aquella cantidad ingente de Renault 12, el único modelo de coche que se veía; la absoluta oscuridad de las calles, los niños descalzos peleándose por un kleenex usado... La Rumanía de la que huyó Manea, espero que vea mejores días.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Música gitana de los Balcanes (y alrededores)


Como muchísimos aficionados a la música gitana centroeuropea, debo en parte mi pasión por ella a las películas de Emir Kusturica y sus deslumbrantes bandas sonoras, casi siempre a cargo de Goran Bregovic. Recuerdo la impresión que me causó la excesiva, abrumadora, apabullante y felliniana Underground, no sólo por su tema central (la guerra de los Balcanes), el modo en que lo trataba, y sus inolvidables imágenes, sino también y sobre todo por esa música que jamás antes había oído. Vitalista, rítmica, llena a la vez de joie de vivre y melancolía, interpretada por lo que parecen virtuosos músicos callejeros (virtuosos lo son siempre, callejeros con frecuencia). Como muestra un botón: la maravillosa escena inicial de la película con el tema ya clásico de "Kalashnikov".


Naturalmente, hay vídeos en los que se puede escuchar mejor la canción, pero me parece que imagen y música combinan a la perfección en esta escena. De todas formas, aquí tenéis la versión completa:


Probablemente tengan razón los que dicen que Bregovic ofrece una versión de la música gitana un tanto descafeinada y muy al gusto occidental. Si queréis escuchar el estilo de música en el que se inspiró Bregovic, es decir grandes orquestas de viento con ritmo festivo y algo machacón, combinado con melodías llenas de añoranza, de aire a veces oriental, a veces de pasodoble, escuchad cualquier tema de Kocani Orkestar o de Fanfare Ciocarlia. No obstante, y aunque es cierto que desde que le di a la música balcánica hardcore escucho mucho menos a Bregovic, estaré eternamente agradecido a éste por haberme descubierto esta música.

Y siguiendo con la música gitana hardcore de verdad, a ver qué os parece la que escuché al año siguiente de Underground, en la añorada Festa de la Diversitat que se celebraba en Barcelona (y que el ayuntamiento se cargó tres o cuatro años más tarde para intentar dar un poco de estímulo y quitar competencia a la ruinosa horterada del Fórum  Universal de las Culturas). En ella tuve el privilegio de poder ver en directo a la banda rumana Taraf de Haidouks. En mi vida había visto una pandilla de abueletes con menos dientes y más carisma y energía que éstos. Aquí podéis ver una formación bastante más joven y menos numerosa de lo que yo vi (yo recuerdo haber visto a ocho o diez tipos como el violinista, el legendario Culai, que de hecho murió seis años después), pero de la misma altísima calidad musical.


Los estereotipos y la imagen festiva y dicharachera que ofrecen estas bandas no deben hacernos olvidar que se trata, en algunos casos, de músicos verdaderamente virtuosos. Y como no os quiero abrumar con vídeos, me limitaré a mencionar un par de nombres: Serguei Erdenko, del trío Loyko, que está considerado uno de los mejores violinistas del mundo, y Ion Albesteanu, que fue admirado por el mismísimo Yehudi Menuhin.

La música gitana es muy monárquica, y sería difícil contar el número de músicos que han sido coronados reyes y reinas. (Curiosamente, en el Reino de España nuestra mayor representante era una Faraona). Una de estas reinas es la legendaria macedonia Esma Redzepova (que por lo visto es también desde hace años candidata al Nobel de la Paz). El siguiente tema, "Chaje Sukarije", es uno de sus más conocidos. Sacha Baron Cohen lo utilizó para su hilarante película Borat, según Redzepova, sin su consentimiento, por lo que le interpuso una demanda por un millón de dólares. El caso se resolvió con una compensación de 26.000 dólares, dado que, por lo visto, los productores sí habían dado su consentimiento, pero se habían olvidado de informar a la cantante. That's Kazakhstan for you. 
Lo que me fascina de este tema es el modo en que parece condensar en tres minutos el periplo milenario del pueblo gitano: empieza la canción y tienes la sensación de estar oyendo un tema de Bollywood que bien pronto, sin embargo, deriva a una melodía con mucho de rumba catalana. Y seguro que los musicólogos podrán apreciar el resto de ritmos e influencias que hay entre los dos extremos.
Circulan por youtube múltiples versiones de este tema, a cual más surrealista. Si al final me he inclinado por éste es porque no me he podido resistirme al hechizo de esos gansos. En cualquier caso, si vencéis las comprensibles reticencias ante un vídeo con una estética propia de la televisión búlgara de los años 70, disfrutaréis de una canción muy hermosa y evocadora.


La formación Ando Drom, de Hungría, nació a raíz de un proyecto iniciado por Jeno Zsigó, fundador del grupo. Zsigó se embarcó en un proyecto social para ayudar a niños gitanos a través de la música, al ver que la cultura gitana en Budapest se estaba desintegrando, con las consecuencias sociales y culturales que eso comportaba. El grupo no tiene el carácter festivo de bandas como Taraf de Kaidouks o Kocani Orkestar, y se dedica más bien, según las palabras del propio fundador, a conservar la tradición musical gitana mediante una interpretación notablemente más urbana y contemporánea. Y crean canciones como ésta:


Una de las más conocidas piezas musicales de la cultura gitana de los Balcanes es "Ederlezi". Existen más de 2000 versiones en youtube, y parece que es una especie de tortilla de patatas musical: todo el mundo afirma saber cuál es la interpretación más auténtica, genuina y fiel al espíritu de la canción. He escuchado unas cuantas. La del grupo Dikanda, de Polonia (no me consta que sean gitanos) me gusta mucho, pero ninguna me maravilla tanto como la versión del grupo francés Bratsch, uno de los grupos más interesantes (qué poco me gusta esta palabra para referirse a una música que es vida y pasión) de música centroeuropea. Quizá os daréis cuenta de que la cantante es la misma que la del tema anterior, Mónika Juhász Miczura, "Mitsou", una voz que, sobre todo en esta bellísima canción, parece de otro planeta. Llegar al cielo debe de ser muy parecido a escuchar esta canción por primera vez.


Una de las formaciones más originales y creativas es, a mi parecer, la Sandy Lopicic Orkestar, liderada por el pianista bosnio que da nombre a la orquesta. Lopicic utilizó la introducción de "Ederlezi", la combinó con "Ljuba", canción tradicional rusa, le dio una interpretación jazzística y creó una pequeña joya que por momentos nos recuerda a Pink Floyd y su "The Great Gig in the Sky". Espero que os guste.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Doce anillos, de Yuri Andrujovich


Hay personas a las que les gusta hablar de las claves de una novela, una especie de descodificador literario sin el cual nuestro disfrute de una obra se ve seriamente mermada. Andrujovich es uno de esos raros autores que, tanto aquí como en Recreaciones, nos concede el raro privilegio de adjuntar a la historia una especie de epílogo donde se supone que nos revela algunas de dichas claves. En Doce anillos este epílogo se titula "Orfeo crónico (intento de autocomentario)". Afortunadamente para el lector gandul y superficial que soy yo, que prefiero disfrutar de la lectura aunque no la entienda al 100% (y que de hecho tengo miedo de que un descodificador me revele que no he entendido na de na, porque donde veía una cara había una cafetera, y lo que parecía un turgente busto no era más que una tórtola disecada), las susodichas claves que nos proporciona el autor no nos aclaran demasiado, y es él mismo quien nos señala que el acento ha de ponerse en el autocomentario, o dicho de otro modo, que se trata del comentario del autor para el autor. Pero empecemos por el principio...

Bogdan-Igor Antonich, hoy

Andrujovich (a quien supongo que, contra natura, tendremos que acentuarle la última sílaba) toma como base para esta historia un recurso conocido y explotado por la literatura y el cine: un grupo variopinto de personajes que no se conocen entre sí son convocados en un hotel por un enigmático magnate del que no saben nada, y que no termina de hacer su aparición. De alguna manera, todos tienen un vínculo con Bogdan-Igor Antónich, uno de los grandes poetas ucranianos del siglo XX, vínculo que puede ser real y evidente, o de naturaleza digamos metafísica y permanecer oculto hasta el final. Y aquí es donde al lector español le surge la pregunta: ¿qué hacer con una novela que tiene como uno de sus ejes centrales la vida y milagros de un poeta de quien no sólo jamás había oído hablar, sino al que, además, a duras penas conseguirá leer? (En inglés hay publicadas, por lo menos, dos antologías de este, dicen, grandísimo poeta; no me consta ninguna publicación en español). La respuesta, más adelante, si me acuerdo.



En este grupo hay también un triángulo amoroso. Se trata del formado por (1) el fotógrafo Karl-Joseph Zumbrunnen, con raíces ucranianas y enamorado de (2) su intérprete Roma Vorónych, viuda de un etnógrafo mucho mayor que ella, y actual esposa de (3) Artur Pepa, escritor y calavera que pasa por la crisis de los 37. Estos tres personajes se nos muestran en toda su complejidad e inconsistencia humanas, y las relaciones entre ellos, así como su evolución, siempre imprevisible (en algún caso, incluso los acompañamos en su viaje al otro mundo), son de lo mejorcito de este libro, que, digámoslo ya, es entretenimiento, es imaginación, y es literatura pura y dura. El resto del grupo, a saber, el golafre director de cine, las putas baratas que sueñan con ser putas de lujo, el profesor seguidor (sería clave, aquí sí, saber la palabra exacta y sus significados en ucraniano) de Antónich, y la hija de Roma, arisca doncella con las hormonas a flor de piel, y en quien cobra sentido el título del libro; el resto del grupo, como digo, está retratado con menos sutileza y el autor tan sólo resalta de cada uno de ellos la característica que le interesa. Sin embargo, no se trata de personajes planos ni de caricaturas, sino de personajes que están ahí única y exclusivamente al servicio del autor y de la obra. Andrujovich es de esos autores que parece decirnos "mira, ahora voy a hacer que este personaje se comporte así,¿qué te parece?". Y de este modo, desde el primer momento y hasta ese epílogo con autocomentario, lo que se desarrolla en las páginas es, entre otras muchísimas cosas, una obra en progreso, con un autor que comparte con nosotros sus dudas ante, por ejemplo, la elección de un adjetivo, y confiesa la arbitrariedad de la decisión final, o se extraña y decepciona ante el lugar común con el que nos acaba de obsequiar. 

Héroes de los negocios

Supongo que en algún momento tendré que contar algo del argumento. Hm. En estas situaciones lo mejor es salirse por la tangente y abrir uno de esos grandes cajones de sastre literarios. Abro el de "novela de ideas" y lo vuelvo a cerrar. Creo que encajará mejor en el de "novela de búsqueda". Doce anillos narra una búsqueda, en este caso la búsqueda de la identidad ucraniana, de sus raíces y de su destino. Como yo y mis cajones, Andrujovich ha metido en la novela botones sueltos, carretes de hilo medio usados, dedales, un cojín para agujas, y con ellos y su talento ha creado esta gran novela y ha llevado a cabo esa búsqueda. 
Por una parte está el ya mencionado Karl-Joseph Zumbrunnen (nombre de obvias resonancias habsbúrgicas y apellido que significa "hacia las fuentes"), fotógrafo incapaz de dejar de visitar por largas temporadas la tierra de su bisabuelo, al que le encargan un reportaje fotográfico sobre los Cárpatos que tendrá como título La patria del masoquismo. Por otra parte, tenemos esa curiosa colección de personajes reunidos en un "Programa Humanitario 'de los héroes de los negocios a los héroes de la cultura'". Tenemos la omnipresente figura y versos de Antónich; tenemos a los gitanos, rodeados del aura de leyenda negra que aún los envuelve en la zona; tenemos la corrupción policial; tenemos la indescripiblemente hortera sumisión al capitalismo; tenemos, finalmente, el balneario mismo, un escenario surrealista (a la manera de los muy reales museos soviéticos) y onírico donde se amontonan sin ton ni son todo tipo de objetos, artilugios y cachivaches en salas con letreros como MATADERO DE PÁJAROS, SALA DE ACUMULADORES, SALA PRIMAVERAL DE BILLAR o DO NOT MASTURB (sic) PLEASE.  

¿Hutsules? Y yo que pensaba que eran de Galicia

Pero el cajón de "novela de búsqueda" no puede contener esta inmensa novela. La mítica Mitteleuropa, los Cárpatos, Galicia, la tierra de fronteras y, por otra parte, el destino del hombre y del arte, su recuerdo, o lo que es lo mismo, lo efímero, ¿la banalidad?, llenan la novela a rebosar de ideas y preguntas. Por no hablar del folklore. A lo largo de la novela son incontables las plajta, sardaka, keptar, postoli, drymbas, tobivkas, floyar, djolomia, banush, por citar sólo unos pocos de los términos referentes a ropa, calzado, comida o instrumentos musicales que adornan la novela, salpicada, por otra parte, de estrofas de canciones pop contemporáneas rusas o ucranianas. En cuanto a los diferentes grupos culturales que pueblan la zona, uno se maravilla ante la silenciosa y ubicua presencia de los hutsules, cuya existencia desconocía por completo. Y se pone uno a investigar en la red y se aturde con la abundancia de nombres y etnias de resonancias casi míticas: polesios, boikos, lemkos, rutenos...
Andrujovich escribió Doce anillos en 2003, es decir once años después de que se publicara la polémica Recreaciones. Si en esta última reflejaba, entre otras cosas, el desconcierto de un esclavo al que de pronto sueltan en medio del bosque, en el libro que nos ocupa se advierte una desazón si cabe aún mayor. El autor y la sociedad ya ven el rumbo que ha tomado el país. Son conscientes de todo lo que están destruyendo en aras de una prosperidad y felicidad occidentales. El retrato de Ucrania es aún más descorazonador que en Recreaciones. Mafia, prostitución, banalización de lo que deberían ser los pilares de un país que se precie: la historia, la cultura, la tierra. Y sin embargo, no vino por ahí esta vez la polémica, sino por lo que se entendió como una burla al gran poeta nacional. Cuenta Andrujovich en su "intento de autocomentario": 

"El invierno del 95 al 96 lo pasé junto a Antónich. Me da vergüenza reconocerlo, pero estaba escribiendo la tesis doctoral sobre él. Era una prueba y, por cierto, doble. Primero, la prueba de mi amor juvenil hacia su poesía (¿lo conservaré?); segundo, la prueba de mi propia capacidad de escribir en un ordenador."

En otras entrevistas ha sido más claro y unívoco al expresar su admiración por Antónich, pero por lo visto la comparación con Jim Morrison y las referencias a borracheras y burdeles tocaron algo sagrado. Parece que no fueron pocos los libreros que se negaron a vender el libro. Y yo que pensaba que aquí teníamos la piel muy fina.

En resumen, extraordinario libro de un excelente y fascinante autor, y buena traducción de Oksana Gollyak y F. Guerrero Solé, traducción que, no obstante, se habría beneficiado muchísimo de una buena revisión. Con lo que cuida Acantilado sus publicaciones, me sorprende sobremanera la abundancia de descuidos que hay en ésta. A lo largo de las primeras 200 páginas, creo que no hay ni un sólo "cómo" acentuado correctamente. También llama la atención el modo en que la transcripción de nombres propios puede cambiar de una página a otra, y duelen los constantes catalanismos que ha encontrado el catalán que esto escribe, desde "delante nuestro" hasta "hacer campana", pasando por el que más rabia me da: "explicar historias". Descuidos que, no obstante, para nada empañan la gran lección de creatividad, imaginación, talento y literatura de Doce anillos.
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