viernes, 29 de abril de 2011

La Gran Trilogía (1): Un Armiño en Chernopol, de Gregor von Rezzori


Es bastante habitual que, para presentar al público a un escritor relativamente poco conocido, se lo compare con otras figuras literarias. A mí eso me parece un menosprecio tanto a uno como a otros. A los lectores los tratan como a niños: "vas a comer hígado, ¿verdad que te gusta la carne? Pues ya verás, el hígado es como carne". Y en cuanto al autor, dudo que ningún escritor se sienta halagado si dicen de él que "es como". (Y qué decir de los premios Goya, los "Oscar del cine español", o el Príncipe de Asturias, "el Nobel en lengua española". ¿Se puede ser más cateto?). Pero además suele suceder que la comparación es tan general y vaga que no nos dice prácticamente nada. Así, una "Guerra y Paz del siglo XX" no significa más que "novela larga y con muchos personajes"; cualquier otro parecido con Tolstoy es irrelevante amén de inexistente. Por no hablar de cuando la comparación es absurda, como la que hace Anagrama en la contraportada de esta trilogía: "[von Rezzori] comparado a menudo con Joseph Roth y Robert Musil, y considerado por algunos (¡algunos!) el Proust de la lengua alemana".
Qué pereza la de algunos editores. Y qué claro está que la persona encargada de escribir esas reseñitas no se ha leído el libro en cuestión. Yo no he leído todavía a Proust, pero me cuesta imaginar una escritura menos francesa que la de von Rezzori. La comparación con Proust, naturalmente, viene por los recuerdos de infancia, que son la esencia de, por lo menos, Un armiño en Chernopol, la primera parte de la trilogía.

Recuerdos de infancia = Proust. ¡Qué fácil es esto de la literatura comparada!

Proust, antes de ponerse a recordar su infancia

Sigamos, ¿cuándo sucede la historia? Al final del Imperio Austro-húngaro. Ah, pues entonces está claro. Joseph Roth.
Pues bien, Un armiño en Chernopol no tiene nada del gran Joseph Roth y, sin embargo, representa en mi opinión la quintaesencia de la literatura centroeuropea.
Nos encontramos en Chernopol, trasunto de la ciudad natal del autor, Czernovitz, una de esas ciudades cuyos habitantes cambiaron de país hasta cuatro veces sin salir jamás de la ciudad. Al igual que la ficticia Chernopol, Czernovitz, tras la caída del Imperio Austro-húngaro pasó a ser rumana, rusa y finalmente ucraniana. Pequeña ciudad provinciana, Chernopol representa la Europa de entreguerras, un lugar donde el letargo del mundo que se derrumba se enfrenta al desconcierto del mundo que nace. Este choque de mundos está representado en el contraste entre algunos de los personajes. Tenemos, por un lado, a Tildy, el húsar, el armiño, el hombre que ha perdido el rostro (una de las ideas recurrentes de la novela), y reta a duelo a todo quisqui por defender su honor, mientras que, por otro lado, está el señor Tarangolian, el bon vivant, el ilustrado, el eficiente y gentil prefecto. Pero así como en sus soberbias descripciones de personajes, la maestría de von Rezzori se percibe también en la sutileza con que retrata este choque de mundos, por ejemplo, a través de los tranvías de la ciudad:

...la nueva administración los había sometido a una reparación a fondo, razón por la que de vez en cuando podía ocurrir que uno de los trenes, a punto de reventar, hasta los topes de gente que viajaba apretujada como sardinas en lata, y de costumbre también con racimos de pasajeros colgando de los estribos y los parachoques, se soltara de los frenos caducos y se lanzara con porfía por la cuesta, hacia atrás o hacia delante, dando lugar a un caos sanguinolento bajo los coches de punto, los carros tirados por bueyes, los vendedores de hielo oriundos de Galitzia, los perros callejeros, los campesinos con cestas de aves al hombro, judíos, lipovanos barbudos, huzules venidos a caballo de los montes, alemanes de Chernopol y gitanos.

Como no podía ser de otra manera, esta convivencia entre etnias y culturas, no  sólo las mencionadas en el párrafo sino también dacios, romanos, gépidos, ávaros, petchenegos, cumanos y otros, camina en todo momento al borde del del abismo, aunque, para vairar, son los judíos quienes están siempre en el punto de mira. Estamos en un momento en que las cruces gamadas empiezan a cubrir los muros de la ciudad, las tiendas de los judíos son objetivo de jovencitos borrachos y envalentonados, y el lector asistirá a un sangriento pogromo cuyo desencadenante es ni más ni menos que un partido de fútbol. No es casualidad que la segunda parte de la trilogía se titule Memorias de un antisemita. Antisemita era el padre de von Rezzori, y parece ser que el mismo autor abrazó con entusiasmo el nazismo, hasta que, entre otras cosas, se dio cuenta de que la mayoría de sus amigos eran judíos. En Chernopol-Czernovitz, como cualquier ciudad de centroeuropa en aquella época, la población se encargaba de recordarles a los judíos que eran judíos. ¿Por qué? Entre otros motivos, para que los niños supieran quiénes eran judíos y quiénes no, porque, como para el mismo autor, también para el narrador fue una sorpresa descubrir el origen de algunos de sus amigos y conocidos.

El autor, pensando

No quisiera que pareciera que este libro es una novela sobre el auge del nazismo. El nazismo no es más que una más de las muchas revelaciones que fueron arrastrando al narrador, con cada vez más fuerza, fuera de la infancia y hacia la edad adulta. Un armiño... es, en parte, una novela sobre la infancia, sí, y un retrato de esa Europa de entreguerras, pero la riqueza y profundidad del libro van mucho más allá, y el impresionante talento de von Rezzori nos empuja a una relectura sosegada y con lápiz. No es desde luego una novela fácil, y creo que el lector español se ve un poco perdido en algunas escenas. Por ejemplo, la conversación del señor Adamovski con sus invitados, en presencia de la tía Paulette y el narrador, produce a los presentes constantes carcajadas y hace sentirse al lector como un completo ignorante.
Tampoco hay que pensar, cuando hablamos de evocación de la infancia, que se trata de un canto lleno de nostalgia por la inocencia perdida. El tono de von Rezzori puede ser poético al describir la ciudad y los personajes, pero para el paso de la infancia  a la edad adulta se apoya a menudo en un lenguaje abstracto, por no decir filosófico:

Ninguna ocupación de años posteriores, por apasionada, seria y concienzuda que sea, puede compararse, en lo que respecta a paciencia y, por lo tanto, a justicia, con el pertinaz proceso de incorporación del mundo que tiene lugar en la infancia. Es un acto de devoción en el verdadero sentido de la palabra, pues devoción es la paciencia que nos permite comprender. Lo que observábamos atentamente de niños no lo soltábamos antes de que se nos transmitiese en toda su plenitud. No procedíamos lógicamente, sino en una especie de proceso metaquímico. Discutíamos con el objeto observado, nos enfrentábamos a él, lo copiábamos capa por capa dejando intactas su unidad y su totalidad, y, sin embargo, lo descomponíamos en sus elementos, con paciencia, y lo hacíamos nuestro (p. 360-361)
Vamos, un estilo clavadito al de Joseph Roth...

Una novela como el Armiño, donde la trama es secundaria, y que se centra en la evocación de la infancia, el retrato de los personajes y el fresco de una época nos permite apreciar la absoluta maestría de von Rezzori en estos aspectos. Sus descripciones, tanto de personajes como de lugares, son originales, poéticas y poderosas como pocas. No puedo resistirme a incluir otra más, una de las que más me ha impresionado

...una guerra que se extendía a lo largo y ancho del continente y se enredaba y paralizaba como en una maraña de dragones que se atacan a dentelladas, hombres que habían realizado la hazaña de conquistar o reconquistar una trinchera, una colina perdida o un bosquecillo que sólo existía aún como un número en la cuadrícula de un plano. Y el paisaje en el que todo eso había tenido lugar no sólo estaba alborotado y reducido a su esqueleto, como si por él hubieran pasado unas orugas monstruosas; ahí no quedaba ni una brizna de hierba, y ni siquiera tierra de la que hubiera podido crecer una brizna; era barro sordo lo que bostezaba en las bocas de esos cráteres lunares. Lo que había sido un árbol yacía con las raíces arrancadas en un charco de lodo, o alzaba los muñones hacia el cielo muerto, sin hojas ni corteza, pálido, como leña seca y fantasmal; los pedazos de carne que colgaban del alambre de espino eran testigos de la voracidad con la que se había luchado en esos campos. Y como si ese festín desaforado hubiese saciado finalmente el hambre, los hombrecillos también parecían ahora más cerca de la deseada liberación de su existencia de larva. Se disponían a hacer estallar la membrana que los oprimía. La camisa de campaña se les había desgarrado en el pecho, y también las otras membranas protectoras que ya les reventaban debajo - ropa interior, camisetas de los colores terrosos de su existencia de reptiles - sobresalían hechas jirones; se les soltaban las polainas, y todo lo rígido y voluminoso que habían llevado, flaqueaba, temblaba y caía por todas partes como hojas muertas. (p. 109-110)

Larvas

A diferencia de otras grandes novelas mittle-europeas de entreguerras, como las de Roth, Zweig o Musil, la de Rezzori no nos habla de un imperio que se desmorona. La novela fue escrita en 1958, cuando el Imperio Austro-húngaro llevaba ya años muerto y enterrado, aunque no hacía tanto que las últimas y terribles consecuencias de su larga y agónica muerte habían llegado hasta el último rincón de Europa. Evidentemente, esto implica un cambio crucial de perspectiva. La incertidumbre del narrador (pensemos en La muerte de Virgilio, de Broch) y la turbación del autor (El mundo de ayer, de Zweig) se convierten aquí en el desconcierto del niño, instrumento ideal para contarnos una vieja historia cuyo final todos salvo él conocemos.
Si no de Roth, Rezzori sí es gran heredero de Musil. De estilo más poético y un tanto menos filosófico que El hombre sin atributos, el Armiño nos presenta a un personaje secundario, el poeta loco Karl Piehovich, quien, retratado con cuatro pinceladas, me ha parecido tan inolvidable como Moosbruger, el asesino psicópata de la novela de Musil. Personajes ambos al margen de la sociedad, ambos fascinantes, ambos retratados desde la distancia, su espíritu sobrevuela el libro de principio a fin y con ellos el lector ve cómo se amplían las posibles interpretaciones y se enriquece aún más la novela.
Es, sin embargo, a Andrzej Kusniewicz y su novela El Rey de las dos Sicilias a quien más me ha recordado esta novela, con la que comparte, insisto, la perspectiva histórica de la que carecían Roth y compañía.
Lectura memorable,  Un armiño en Chernopol es una novela riquísima, bella, compleja, gratificante y que pide a gritos una inmediata relectura. Si no fuera porque nos esperan las otras dos partes de la trilogía...

domingo, 24 de abril de 2011

Dos cuentos de Dinesen

Me acerqué a Dinesen sin saber abolutamente nada de su obra. Allá por 1985, la película Memorias de África, que nunca he visto, antes que atraerme, más bien me alejó de sus libros, algo que tampoco cuesta mucho entender al ver el cartel.


Todavía no he leído la susodicha obra autobiográfica, pero se me ocurre que sus cuentos no pueden estar más alejados de lo que representa ese originalísimo y rompedor cartel.

Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, pertenecía a una familia aristocrática por parte de padre, y de la alta burguesía, por la materna. A los 28 años se casó con su primo segundo, un barón sueco que, cuando se fueron a vivir a África, empezó a ponerle los cuernos hasta que, el muy barón, consiguió contagiarle la sífilis. Hay quien dice que Blixen nunca llegó a curarse, pese a que los análisis médicos indicaban que, desde los 40 años, no volvió a sufrir la enfermedad. Blixen, sin embargo, mostró al mundo, sobre todo en sus últimos 15 años, un aspecto absolutamente cadavérico. Presumía, medio en broma, de ser la persona más flaca del mundo, y se dice que se alimentaba exclusivamente de ostras y champán. Otros dicen que de eso nada, que también comía espárragos.


A los 20 años empezó a escribir relatos para algunas publicaciones danesas, pero no fue hasta casi los 50 cuando publicó su primer libro, Seven Gothic Tales, seguido de Out of Africa, con los que se consolidó como una autora de primera.
Nos indica Javier Marías, en su excelente introducción a "Ehrengard", que cuando Blixen empezó a escribir "en serio", ya había depurado su técnica como contadora de historias, gracias en gran medida a aquellos años pasados en un entorno primitivo (en el buen sentido de la palabra) como el de su plantación de café en Kenya y sus trabajadores nativos, con quienes pudo practicar a su antojo el arte del cuento.

...aprendí a contar cuentos. Los blancos ya no son capaces de escuchar un cuento recitado. Se remueven o se adormecen. Pero los nativos todavía tienen oído. Yo les contaba cuentos continuamente, de todo tipo. Y todo tipo de disparates. Yo decía: "Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas"... y al instante estaban deseosos de saber más. "¿Oh? Sí, pero, Mem-Sahib, ¿cómo lo encontró? ¿Y cómo se las arreglaba para darle de comer?", o lo que fuese. Les encantaba semejante invención.

Al leer un cuento de Dinesen, uno entra en un mundo a la vez misterioso y familiar. Sus cuentos tienen ese carácter intemporal de los cuentos tradicionales, a la vez que ese descaro que hace que todo sea no sólo posible sino verosímil. Son cuentos que se rigen por sus propias leyes, las leyes del cuento, y son ajenos por completo a modas y corrientes literarias. Surge entonces la pregunta, ¿dónde situamos a Dinesen en la historia de la literatura? De entrada, es difícil decidir en qué literatura situarla, dado que Dinesen, como otros pocos elegidos, escribió sus relatos en una lengua que no era la suya. Así que a la intemporalidad arriba mencionada, habría que añadir un carácter de... ¿universalidad? No, término muy trillado y que no significa más que "le gusta a todo el mundo". Digamos, mejor, deslocalización, que es más moderno. El caso es que, sucedan en Noruega, África o China, sus cuentos pertenecen tanto a la tradición del relato gótico como a las Mil y Una Noches, son tan contemporáneos como clásicos, en ellos podemos encontrarnos a Fausto o a la Cenicienta.


Dicho todo esto, pasemos a los dos cuentos que nos ocupan. "Ehrengard" es una buena historia, pero desde luego es sensiblemente inferior a "El festín de Babette". Hojeando hoy el volumen de los Cuentos Completos de Dinesen, publicado por Alfaguara, me ha llamado la atención que "Ehrengard", uno de los últimos que escribió, no estaba incluido en él. Por lo visto, la misma autora no estaba demasiado satisfecha con el resultado, y decidió no publicarlo. Aparte de confirmarse así mi impresión de que el cuento no estaba a la altura de "El festín..." o "La historia inmortal",  nos damos cuenta del nivel de autoexigencia de Dinesen, porque, en honor a la verdad, desde un punto de vista técnico "Ehrengard" es impecable. En él Dinesen muestra un dominio absoluto de todo tipo de técnicas narrativas, la seguridad del autor que sabe qué quiere contar y cómo hay que contarlo, así como la soltura y la confianza de quien ya no tiene nada que demostrar. El problema es que, a diferencia de las otras dos historias mencionadas, en "Ehrengard" la autora se impone a narrador, historia y personajes. Tenemos la impresión de encontrarnos ante un magistral teatro de marionetas, con un marionetista capaz de hacer tocar el arpa a sus criaturas. Impresionante, sí, pero los personajes en todo momento son eso, marionetas, carecen de vida propia y están ahí obedeciendo a las órdenes de la autora.


Por el contrario, "El Festín de Babette" es, como "La historia inmortal", una absoluta obra maestra del género. Por seguir con la metáfora, aquí Dinesen corta las cuerdas de los títeres, lo que les da vida propia. Dinesen es como el buen padre que ha luchado por darles lo mejor a sus hijos, pero sabe que ha llegado el momento de y no sigo porque me estoy poniendo de un cursi... Digamos que Dinesen es capaz no sólo de crear unos personajes complejos, redondos e interesantes, sino también de contarnos sus historias personales y dar un trasfondo casi épico al relato. Entre otra muchas cosas, "El festín..." plantea la pregunta de qué es lo que da sentido a la vida: nuestra relación con Dios, o para ser más exactos, el modo de vivir la religión, o por el contrario, la creación artística, lo cual, además, emparenta este cuento con "La historia inmortal". Es una historia, además, sobre el arrepentimiento por lo que hicimos y, sobre todo, por lo que no hicimos; una historia sobre lo que pudo haber sido y no fue, y además así debió ser; una historia sobre el perdón, y el autoengaño y... Las historias de Dinesen son de una riqueza inagotable. Y "El Festín de Babatte" es una historia original, conmovedora e inolvidable, que tiene lo que me parece el inconfundible toque Dinesen, esa sensación de que hay algo en el relato que se le escapa a la autora misma.

martes, 19 de abril de 2011

Cándido o el optimismo, de Voltaire


A veces me deslumbro con mi propia ignorancia e incultura. ¿Cómo es posible que hasta hoy no hubiera leído jamás este libro? ¿Será porque es de esos clásicos de los que uno se ha encontrado hasta la náusea ediciones todo a cien en cualquier mercadillo de barrio? ¿Será porque había oído hablar demasiado de él, como sucede con los jóvenes que no han empezado el Quijote y ya están hartos de él? Son dos posibles explicaciones. Otra explicación es el peinado del señor Voltaire,


pero esa excusa no sirve, porque Swift gastaba el mismo estilista y a mí Gulliver me fascinó desde siempre.

Y lo mismo cabe decir de Defoe. Robinson Crusoe es uno de los iconos de mi infancia.


Todo lo cual nos lleva a dos conclusiones evidentes: una, que la ley científica según la cual los señores con peluca blanca de rulos no pueden escribir buenos libros tampoco se puede aplicar a los franceses. Y dos, que si hasta ahora no había leído Cándido era por culpa de mis propios prejuicios.

¿Y qué es Cándido? ¿Y tú me lo preguntas? Sátira, novela picaresca, de aventuras, bildungsroman, parodia de las novelitas que prefiguraban el romanticismo, obra genial influida por Swift pero de ritmo rabelaisiano, Cándido es, sobre todo, uno de los libros más divertidos que he leído en mucho tiempo.

Cándido, expulsado del edénico jardín que representa el castillo del barón de Thunder-ten-Tronckh por haber besado tras un biombo la dulce mano de la señorita Cunegunda, va vagando por una tierra asolada por la guerra. Y a partir de ahí empieza todo tipo de aventuras, que Voltaire aprovecha para repartir mandobles, a veces sutiles, a veces salvajes, a diestro y siniestro. A Cándido lo reclutan los búlgaros con artimañas, lo apalean, se escapa, conoce a peculiares personajes, se embarca para Lisboa, donde será condenado a un auto de fe, conseguirá escapar, viajará a sudamérica, siempre en busca de su amada Cunegunda confiado en que los búlgaros no la destriparon del todo después de violarla, conocerá El Dorado, se hará rico, se hará creso, volverá a Europa, se le ahogarán los carneros que transportaban sus riquezas, recuperará a amigos y amada... Cien páginas de aventuras donde no faltan guerras, terremotos, ahorcamientos, canibalismo, empalamientos, tsunamis, bestialismo, sífilis, violaciones, resurrecciones... En resumen, diversión a raudales.
...iban a quemarme, pero ya te acuerdas que llovía a chaparrones cuando me habían de echar a la hoguera, y que no fue posible encender el fuego; así que me ahorcaron sencillamente: y un cirujano, que compró mi cuerpo, me llevó a su casa, y me disecó; primero me hizo una incisión crucial desde el ombligo hasta la clavícula. Yo estaba muy mal ahorcado: el ejecutor de las sentencias de la Santa Inquisición, que era subdiácono, quemaba las personas con la mayor habilidad, pero no tenía práctica en materia de ahorcar...
Se dice que Cándido o el optimismo es una despiadada crítica del optimismo de Leibniz. ¿Y en qué consistía este optimismo? Decía el filósofo alemán que de todos los mundos posibles que Dios podría haber creado, su inclinación final por este nuestro mundo en lugar de los otros era consecuencia de una "razón suficiente". Y esa razón, para Leibniz, era que este mundo era el mejor, pese a la innegable existencia de males, dado que cualquier otro mundo posible habría tenido males aún mayores.

No cuesta imaginar que Voltaire sintiera una irresistible tentación de parodiar dicha filosofía. Como cada siglo, Europa salía de una guerra para entrar en otra, ejércitos, gobiernos y reyes cometían las mayores atrocidades imaginables, y todos los días personas inocentes eran víctimas de la persecución religiosa y condenadas a padecer los más espantosos suplicios. Voltaire, una de las voces más respetadas de su época, se erigió en más de una ocasión en defensor de esas personas, incluso cuando ya era demasiado tarde para salvarlas. Conocido fue el caso de Juan Calas, hugonote que tras una farsa de juicio murió ejecutado en la rueda. Un escandalizado Voltaire removió cielo y tierra hasta que finalmente se reconoció la inocencia de Calas y se indemnizó a la familia.

Criticar el optimismo de Leibniz, por tanto, no puede haber sido sino sólo uno más de sus objetivos al escribir Cándido. Preconizar la "razón suficiente" del mejor de los mundos posibles es tan gilipollas como lo sería escribir todo un libro para rechazarlo. El objetivo último de la obra de Voltaire era defender el establecimiento de la libertad religiosa, el crecimiento de la prosperidad, el respeto de los derechos del hombre y la abolición de la tortura. Y como hombre de gran inteligencia que era, sabía que la comedia, la parodia, la sátira y el sarcasmo, en buenas manos, resultan a menudo más convincentes que un moralista poniéndose estupendo. De ahí la candidez.

jueves, 14 de abril de 2011

Hicksville, de Dylan Horrocks

Hicksville es una de esas novelas gráficas aclamadas por la crítica. La verdad es que me pregunto si existe alguna novela gráfica vilipendiada por la crítica, o es que en España somos tan afortunados que este tipo de novelas sólo se publican tras pasar un estricto filtro de aclamación.
En cualquier caso, como novela gráfica, Hicksville es excelente, aunque su excelencia viene más por lo gráfico que por lo novelístico.
Como todo historietista que se precie, Horrocks quiere explorar al límite las posibilidades del cómic como medio de expresión artística, es decir, expresar aquello que sólo se puede expresar a través de la novela gráfica, y en mi opinión lo consigue. El lenguaje visual de Hicksville es extraordinariamente rico, variado, original y profundo, y el autor ha sabido combinar diferentes técnicas de manera magistral. En la novela tenemos múltiples puntos de vista, referencias históricas, diferentes estilos de dibujo y sobre todo, una estructura compleja que sorprende a cada momento. Por ello, casi hay que agradecer que la historia, agradable, entretenida, interesante, no sea nada del otro jueves.


Leonard Batts, reportero especializado en cómics, llega, con no poca dificultad a Hicksville, un extraño pueblecito donde todo el mundo entiende de cómics y nadie bebe café. Batts investiga la vida de Dick Burger, el rey de la novela gráfica, multimillonario, archiconocido y oriundo de Hicksville, pero pronto descubre que la sola mención del nombre de Burger, en el mejor de los casos, produce urticaria a los lugareños.

Hay, pues, un misterio que resolver, una pequeña comunidad con su historia de amores, traiciones y rivalidades, y una exploración del mundo del cómic en todos sus aspectos, desde el creador hasta el coleccionista. El misterio, no nos engañemos, es bastante fácil de desvelar y no sorprende a nadie, mientras que la pequeña comunidad nos presenta unos personajes un tanto estereotipados. Es en el tercer eje de la novela, en la pasión por el cómic y la exploración de ese mundo, donde Dylan Horrocks da lo mejor de sí y nos ofrece una novela gráfica que, una vez leída, nos apetece volver a hojear, deteniéndonos en la composición de las páginas y la estructura de la historia.
Una lectura muy recomendable.

domingo, 10 de abril de 2011

La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño

Recomendable tanto para acreditados bolañeros como para novatos en el bolañismo, este libro hará las delicias de niños y mayores.
De engañoso título, que nos hace pensar en un ensayo, La literatura nazi..., escrito a modo de diccionario de autores, no es sino una galería de escritores americanos ficticios, a cual más nazi, con una sinopsis de sus obras y, sobre todo, sus vidas, a veces pintorescas, otras anodinas, por esos mundos de Adolf.

Hablar sobre la escritura de Bolaño es rendirse a los lugares comunes de la gran literatura. Vamos con uno: Bolaño fue un escritor adelantado a su tiempo. Cierto. En algunos casos eso puede ser una bendición para la gloria literaria póstuma, y en otros, una penitencia. Para el segundo caso, se me ocurre, por ejemplo, el nombre de Anthony Burgess. El genial escritor mancuniano, de haber vivido hoy, sería un superventas de prestigio, una suerte de Murakami con más imaginación, sentido del humor y desfachatez. Pero el destino ha querido que, aparte de sus incondicionales, no sean hoy muchos los que pueden añadir algo al "sí hombre, el de La Naranja mecánica, de Kubrick". 
No pasará eso, sospecho, con Bolaño. Creo que el genio de sus novelas, que hoy nos maravilla, seguirá vigente muchos años. Momento de traer otro lugar común: Bolaño es un faro que iluminará el camino a seguir a las generaciones posteriores. Cierto. Y esto es así porque todavía estamos como unos tontos buscando las claves para interpretar a Bolaño.
Leyendo reseñas sobre cualquier libro de nuestro autor, uno se da cuenta de que con frecuencia el reseñador, más que hablar del libro, habla de sí mismo o, como voy a hacer yo, se sale por la tangente. Nos llama la atención la ausencia de ciertas cuestiones habituales en las reseñas, tales como "¿por qué este personaje actúa así?" o "aquí la intención del autor es", y en lugar de ello, nos vemos dando vueltas alrededor de la obra, sin saber muy bien cómo entrar en ella. 
Creo que era en El gaucho insufrible donde Bolaño se reía de la devoción del público hacia Pérez-Reverte. "Nos gusta porque se entiende", venía a decir, como sólo sabía decirlo él, es decir, sin un ápice de pedantería. Dudo que Bolaño quisiera escribir novelas que no se entienden, pero sí afirmó en alguna entrevista que la novela "tradicional", léase decimonónica, con una introducción, un nudo y un desenlace, con sus porqués, sus causas y sus consecuencias, y con desarrollo temporal lineal (aunque se camufle con saltos hacia atrás o hacia delante) estaba acabada (lo cual, insistía, no quería decir que no fuera a seguir escribiéndose y vendiéndose con gran éxito). Y es por eso que casi todas esas características están en mayor o menor medida ausentes de las novelas de Bolaño.
Todo ello no quiere decir que no tengamos algunas de esas claves, de las que hablaba antes, para aproximarnos a la obra de Bolaño (hecha la salvedad de que para disfrutarla no se precisan claves ni otras zarandajas). ¿Cuáles son esas claves? Pues llegó el momento de salirse por la tangente:  en La literatura nazi... , amén del germen de ideas más explotadas en obras posteriores (por ejemplo la búsqueda de poetas olvidados o el planeado secuestro de dinosaurios literarios), tenemos algunos de los motivos recurrentes en Bolaño, a saber, la pasión devenida violencia por la literatura, los poetas malditos que anhelan crear el arte más efimero imaginable, una narración que de un párrafo al siguiente se desplaza de un rincón a otro del mundo, personajes al margen de la sociedad que son también escritores al margen de la literatura, un Bolaño que hacia el final se va quitando la máscara de narrador para ponerse la de personaje, una burla del mundillo literario, una historia de detectives y matones, y mucho muchísimo sentido del humor. 
Intensa, ágil, entretenida, original, divertida, y con el sello Bolaño de genialidad. Una gozada de lectura. 

lunes, 4 de abril de 2011

El reino de este mundo, de Alejo Carpentier




Qué triste debe de ser la vida del crítico literario. Porque con este libro, aunque parezca mentira, a algunos no se les ocurrió nada mejor que iniciar una discusión bizantina sobre la diferencia entre el realismo mágico y lo real maravilloso. Hace falta tener atrofiada la capacidad de disfrute para dedicar artículos, libros y tesis doctorales a semejante debate. 

Y todo a raíz del prólogo del autor, clásico entre los prólogos, de lectura tan obligada como interesante, en el que decía:

Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución (...) A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaran todavía a la busca de El Dorado...


No me acaba de quedar claro que el objetivo de Carpentier fuera fundar un estilo o un género literario, así que, ante la duda, queda declarado inocente. 




El reino de este mundo es, en cualquier caso, una novela redonda, un pequeño (por su extensión) prodigio literario, una obra prácticamente perfecta en la que se nos narran los hechos principales de la Revolución Haitiana, así como el papel que jugaron en ella protagonistas principales y secundarios. Recordemos aquí que la de Haití, tras la de los EEUU, fue la segunda revolución en tierras americanas de una colonia europea. Hay que subrayar, sin embargo, que no estamos ante una novela histórica propiamente dicha. Más bien, Carpentier utilizó el escenario de antes, durante y después de la revolución, para hablar de ya veremos qué. Y lo hizo mediante un magistral uso del tiempo narrativo, dando toda una lección de literatura, ejecutando saltos de doce años al tiempo que se demora en la descripción de la grupa de un caballo. Soberbio.

Nos asegura el autor que tanto los acontecimientos narrados como los personajes, desde el primero hasta el último, se ajustan a la verdad histórica. Entre estos personajes destacan, por supuesto, Ti Noel, esclavo e hilo conector de las cuatro partes en que se divide la novela, así como Mackandal, esclavo rebelde instigador de la primera rebelión de esclavos, quien, pese a morir en la primera parte, sigue siendo un personaje fundamental en la historia hasta la última página. La escena de la ejecución de Mackandal es otro ejemplo de literatura de alto octanaje, y de cómo se reconcilia lo real con lo maravilloso.


Por otro lado, entre los personajes más conocidos por la posteridad, está el fascinante Henri Christophe, que de reputado cocinero llegó a convertirse en héroe de la Revolución, presidente y, más adelante, autoproclamado primer rey de Haití. En la novela, sin embargo, tiene el personaje más bien poco de héroe y mucho de monstruo, y se nos antoja que estamos ante uno de los primeros caudillos, supremos y patriarcas que tanto abundan en la literatura hispanoamericana.



Otro de estos personajes Históricos, con mayúscula, es ni más ni menos que la hermanísima Paulina Bonaparte, que viajó a Francia acompañando a su marido, el general Leclerc, enviado por su cuñado para sofocar la rebelión en la isla. Paulina, que a primera vista se nos antoja una calientabraguetas (no se me ocurre nada más fino), es sin embargo, y por otros motivos, un personaje especialmente importante en la novela. A medio caballo entre la América "maravillosa" y la Europa "racional", Paulina parece representar al racionalismo ateo y cartesiano consagrado en la Revolución francesa, buscando, como nos recordaba el autor en el fragmento citado anteriormente, aquel consabido El Dorado que sus lecturas europeas le habían hecho imaginar. 


Y a todo esto, ¿de qué trata El reino de este mundo? De la libertad, la revolución, la condición humana, la magia de la fe, la identidad, las ansias de poder; el vudú, el papel del hombre humilde en el curso de la historia, y sobre todo, de América, de la creación de la identidad hispanoamericana. Desde la primera escena, inolvidable, con ese lenguaje rico, poético, visual, tropical y calderoniano (y que, lamentablemente, seguirá hasta el fin de los tiempos con el sambenito de "barroco"), hasta la última página, un pequeño grandísimo libro.
Y para concluir, qué menos que citar el párrafo final del prólogo de Carpentier, que quizá influyó más que la propia novela en la literatura hispanoamericana posterior, y que curiosamente es omitido en mi edición de Seix Barral:


Sin habérmelo propuesto de modo sistemático, el texto que sigue ha respondido a este orden de preocupaciones. En él se narra una sucesión de hechos extraordinarios, ocurridos en la isla de Santo Domingo, en determinada época que no alcanza el lapso de una vida humana, dejándose que lo maravilloso fluya libremente de una realidad estrictamente seguida en todos sus detalles. Porque es menester advertir que el relato que va a leerse ha sido establecido sobre una documentación extremadamente rigurosa que no solamente respeta la verdad histórica de los acontecimientos, los nombres de los personajes –incluso secundarios-, de lugares y hasta de calles, sino que oculta, bajo su aparente intemporalidad, un minucioso cotejo de fechas y de cronologías. Y sin embargo, por tal dramática singularidad de los acontecimientos, por la fantástica apostura de los personajes que se encontraron, en determinado momento, en la encrucijada mágica de la Ciudad del Cabo, todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa, y que es tan real, sin embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consignados, para pedagógica edificación, en los manuales escolares. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...