domingo, 30 de mayo de 2010

Mañana en la batalla piensa en mí

He aquí lo que escribí leído un tercio de esta novela:
"¿Es Mañana ... una gran novela?
Marías es una persona culta, pedante, pomposa y narcisista. Muchos grandes escritores son así. El problema con esta novela es que narrador y personajes no son otra cosa que Javier Marías.
La historia no es gran cosa, aunque tampoco tiene por qué serlo. El autor se ha propuesto contar una historia a través de unos pocos mimbres (una muerte inesperada, sus repercusiones para quienes la rodean y quien asistió a esa muerte), y lo consigue. Me recuerda el estilo a Ian McEwan, y cabe recordar que es lugar común hablar del estilo británico de Marías. Pero insisto, el problema es que esta novela no es otra cosa que Javier Marías (y me atrevería a decir que más el articulista que el novelista) de principio a fin.
¿Es creíble un narrador que, pese a ser guionista de cine y televisión, dedica incontables líneas a despotricar contra el mundillo literario de novelstas envidiosos, críticos frustrados, editores cobardes y catedráticos gandules?..."
Una vez terminada la lectura, no me duelen prendas en reconocer que me equivoqué en mi apresurado juicio, influido, desde luego, por mi antipatía por Marías el personaje.
Mañana... es una novela de lectura apasionante, imposible de dejar. Profunda, culta e inteligente, una novela sobre la necesidad de contar, sobre el acto de contar. Poniéndonos shakespearianos, podríamos emular a Marías y decir que el narrador que ha narrado ha "done the deed", ha cometido el acto. La inanidad de la vida, o mejor dicho, de nuestras vidas, o de manera aún más precisa, de lo vivido; la indiferencia del tiempo y su negra espalda; la confrontación o la complicidad entre azar y destino; estas son algunas de las ideas desarrolladas en la novela.
Magistrales sus páginas finales, donde el autor va recogiendo, como las piedrecitas que fue tirando por el camino, largas citas anteriores.
Naturalmente, no es una novela perfecta. Me reafirmo en lo dicho anteriormente: Marías no parece capaz de crear diferentes voces, y así, los personajes más relevantes, desde Ruibérriz, Deán o el Solitario, hablan exactamente igual que Víctor Francés (es decir, Javier Marías).
Tampoco el humor es uno de sus fuertes. La larga escena del Solitario intenta ser divertida. Quizá lo hubiera sido si Marías hubiera conseguido crear en la figura del Rey un personaje creíble. A mi juicio no lo es.
En resumen, aunque es un libro leído con casi veinte años de retraso (leí Todas las almas y Corazón tan blanco cuando se publicaron;  no me gustó el título Mañana... y ahí interrumpí, hasta ahora, mi relación con Marías) reconozco en él a un gran narrador. Pero en cuanto a originalidad, sentido del humor, capacidad de renovación, y creación de un estilo propio que asimile a grandes narradores pasados y presentes, Marías sigue por detrás de nuestro monumento vivo a la literatura, Enrique Vila-Matas.

Conversación en la catedral

Es triste ver cómo de algunos grandes libros a veces lo más memorable parece ser el título, el nombre de algún personaje, o alguna frase, que pasan a convertirse en los clichés más manidos y recurridos de periodistas y políticos. Eso es lo que le pasa a esta grandiosa novela, de quien casi cualquier hijo de vecino  conocerá la frase "¿cuándo se jodió el Perú?". (De hecho, la mayor parte de esas ilustradas citas añaden, si no recuerdo mal, "Zavalita", cuando en realidad es Zavalita el que la pronuncia, de diversas maneras, una y otra vez, a su amigo Ambrosio en el bar La Catedral).
Me enorgullezco de haber leído casi todo Vargas Llosa, aunque confieso que llegué con algo de retraso a Conversación... Aquí me he reencontrado con Vargas Llosa en estado puro y concentrado. Lo mejor de La casa verde, Historia de Mayta, Pantaleón y las visitadoras, y tantas otras, está aquí. 
Se ha dicho que el jodido Perú del libro no es sino una latinoamérica a escala reducida. Supongo que puedo ser eso. Pero la grandeza de este libro radica en sus personajes y, sobre todo, en su estilo y estructura. Diálogos que se sobreponen, historias dentro de historias, el tiempo narrativo que se contrae y se expande de una línea a la siguiente y siempre en el momento justo, múltiples puntos de vista narrativos conducidos por la mano invisible a la vez que inconfundible del autor.
Si el premio Nobel no estuviera totalmente desacreditado y de verdad reconociera a los autores que de manera más determinante han influido en nuestro modo de entender la literatura, hace años que Vargas Llosa lo habría ganado (¿no produce vergüenza ajena la sola idea de comparar al que nos ocupa con Jelinek, Pamuk, Fo, Cela o Müller?). Nuestro escritor sería capaz de escribir sobre nada (tema predilecto de tantos "grandes"), y su estilo nos bastaría para disfrutar de él como enanos. Un estilo que requiere una atención constante, pero que en ningún momento deja de ser accesible. A Vargas Llosa, a diferencia de tantos escritores menores que él y mucho más pomposos, le apasiona la literatura tanto como a esos escritores les apasiona su propia voz. A diferencia de ellos, Vargas Llosa siente respeto por sus lectores.  así, donde otros son pedantes, él es preciso; donde son vulgares, él ingenioso; donde cursis, elegante.
Lo único que le falta a Vargas Llosa para ser reconocido como lo que es, uno de los más grandes narradores de todo el mundo en cualquier lengua, es o bien morirse o hacerse castrista. 

viernes, 21 de mayo de 2010

Viaje a Rusia, De Joseph Roth


En 1926, el año en que Roth viajó a Rusia y redactó estos artículos, la Unión Soviética llevaba ya unos cuantos años convertida en La Meca de cualquier escritor, artista o pensador medianamente idealista y rebeldillo. Así como hoy en día hay personas que viajan a Cuba con el propósito confesado de convertirse en testigos de primera mano de cómo se vive allí de verdad (¡cuántas veces no oí "hay que ir ahora, antes de que se muera Castro y todo cambie"!), la Unión Soviética era EL lugar al que ir, cielo e infierno, el país de la auténtica libertad para todos, y el país de la revolución que acabó con la propiedad privada.
Joseph Roth se mostraba dispuesto a simpatizar hasta cierto punto con la revolución y, de hecho, el mayor reproche que le hace a lo largo del libro es no haber hecho sino sustituir una burguesía por otra. La burguesía judeocristiana del pequeño empresario deja sitio a la burguesía del arribista, deshumanizado campesino iconoclasta por obligación.
Desde luego, la Unión Soviética de 1926 era un lugar especial que, si bien no podía dar lugar a una gran esperanza, en nada podía anticipar los horrores que la década siguiente traería. En efecto, la NEP permitía un relativo nivel de prosperidad (abundancia, si se compara con las imminentes hambrunas), y convertía el país, cuyas ciudades Roth describe como grises, malolientes, invadidas por las moscas, en un hasta cierto punto excitante batiburrillo de personajes de todo tipo.
Una vez más, un libro de Roth acaba con más puntas dobladas que páginas tiene el libro. Cada página está plagada de memorables descripciones, de agudas reflexiones, de asumido desengaño. Desde el principio hasta el final, no tiene desperdicio. Resultan escalofriantes sus artículos sobre la educación y la cultura en general. Parece que está describiendo los sótanos de nuestro actual política educativa. O el capítulo sobre la mujer, la nueva moral sexual y la prostitución.
Leer un libro de Roth siempre me causa tristeza: significa que cada vez me quedan menos cosas suyas por leer. Y siento una casi irresistible tentación de romper mi política librera y comprarme el libro.

jueves, 20 de mayo de 2010

Los Soprano, cuarta temporada

Temporada redonda, quizá no siempre magistral, pero sí impecable.
Lo mejor:
La dignidad recobrada de un personaje detestables y odiado por todos, como es Ralph. Tras el accidente que sufre su hijo y que lo deja en coma, Ralph, destrozado, se redime. Vemos a un Ralph sincero al pedir perdón a su mujer, lo vemos intentar confesarse, sin saber por dónde empezar, y con tanta fe en Dios como desesperación; y lo vemos negando de forma convincente para el espectador (no así para Tony) su implicación en el incendio que acaba con la vida de su caballo.
Naturalmente, todos sospechamos de Paulie, que tarde o temprano tendrá que rendir cuentas.
¿Qué pasará cuando Tony vea su retrato con Pie-O-My convertido en un ridículo Napoleón y colgado en el salón de Paulie?
El duelo de Bobby Baccalieri por su mujer, y la posterior relación con la arpía de Janice. Pobre Bobby, qué buenazo y qué ingenuo. ¿Cuándo le llegará a Janice la hora de pagar por ser tan malazorra? ¿O acaso podrá redimirse también?
El chiste sobre el culo de la mujer de Johnny, y el desarrollo del personaje de este último. Capaz de lo mejor y lo peor, tan romántico y apasionado como despreciable maquinador del asesinato, luego abortado, de Carmine.
Carmela y Furio. Él, evidentemente, volverá. ¿Intentará olvidarlo todo? ¿O se suicidará al intentar acabar con Tony?
Y cuando parecía que la temporada no conducía a un clímax, ¡bum!, Irina rompe el matrimonio Soprano.
¿Lo peor? No se me ocurre nada en absoluto.
¡A por la quinta!

miércoles, 12 de mayo de 2010

Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons

Esta novela gráfica se describe siempre como la obra maestra del género. Dudo que el propio Moore suscriba esa opinión, aunque indiscutiblemente estamos ante una de las cumbres de la novela gráfica. Watchmen empieza como una convencional historia de superhéroes, aunque pronto nos damos cuenta de que los autores le quieren dar un enfoque especial. Estamos en un mundo que ha aceptado desde hace tiempo la existencia de estos curiosos justicieros, y se ha acostumbrado no sólo a su particular lucha contra el crimen, sino también a sus romances, envidias y celos profesionales. Estos vigilantes, la mayoría de los cuales son personas normales y corrientes sin ningún poder especial, han sido poco a poco absorbidos e incorporados a la sociedad de consumo, que especula con sus relaciones, los entrevista en revistas de famosos, y lanza muñequitos para niños basados en ellos.
Watchmen es, ante todo, pero no únicamente, una novela política, escrita a mediados de los 80, cuando las relaciones internacionales estaban dominadas por la guerra fría y las predicciones de un futuro apocalíptico para el planeta. Naturalmente, no hay política sin filosofía, y en el libro gira alrededor de la ineludible cuestión del bien y la justicia: ¿hasta dónde hay que llegar en el mal para asegurar el bien? Esta cuestión se aborda desde diferentes puntos de vista, desde los vigilantes justicieros de medio pelo, como Rohrsach, hasta genios como Adrian Veidt, Ozymandias, pasando por la historia de piratas intercalada de manera magistral a lo largo del relato
Mención aparte merecen las impresionantes ilustraciones de Dave Gibbons, con un espectacular uso del color y, sobre todo, del diseño y organización de cada página hasta el último detalle.
Personalmente, me ha parecido que la historia flojea un poco hacia el final, y me habría gustado que se hubiera profundizado en la historia de la isla de los artistas, algo confusa y, a mi juicio, no bien resuelta con esa explosión.
Con todo, un libro grande, en todos los sentidos. Ya me he hecho con From Hell y The League of Extraordinary Gentlemen.

martes, 4 de mayo de 2010

La caída, de Albert Camus

Obra "sima" del existencialismo. La banalidad del bien debería ser el título. ¿Y cuál debería ser la pregunta? Quizá: ¿Es posible en este  mundo la bondad? O, simplemente, ¿vale la pena ser bueno?
Camus concentró en la más breve de sus tres novelas toda la angustia del hombre del siglo xx. Bueno, "angustia" es la palabra recurrente cuando se cita a Camus.  Yo veo más perplejidad, con esa risa a nuestras espaldas. Veo más bien indiferencia. Indiferencia ante el sufrimiento ajeno, con ese cuerpo que cae al agua y que no rescatamos porque ya se ha hecho tarde. Veo más cinismo, con el principio sagrado de nunca liarse con la mujer del amigo; no olvidar nunca romper antes la amistad. Veo más hastío, con el acceso ilimitado al sexo. Veo más lucidez implacable, con las reflexiones sobre Cristo y el sentimiento de culpa. ¿Y la angustia existencialista? Pues quizá está hecha de perplejidad, indiferencia, cinismo...
Monólogo que pretende ser un diálogo con un compatriota del narrador, y que no es sino una clara interpelación al lector, cada página de La caída rebosa filosofía. Libro para releer  y recontraleer.
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